Cuando esta semana me dirigía hacia tierras salmantinas para redescubrir su capital, no tenía en mente realizar una visita a una dehesa que albergase en su interior una camada de reses bravas, pero ojeando la publicidad que suele haber en las recepciones de los hoteles, descubrí la posibilidad de efectuar una visita a una de ellas. Y, ¿cuántas veces en la vida tenemos a mano esa posibilidad? La cogí «por los cuernos», llamé a la Hacienda y una mujer muy atenta (que luego me enteré que era una gran artista) me puso en contacto con el encargado de la finca y concertamos una cita.