Voy a dejar a un lado, por ahora, la controversia de los toros y la tauromaquia y, en un principio sólo voy a describir la visita tal como fue y mis emociones ante aquellos cientos de animales que, tranquilos, pastaban en la enorme dehesa (algo así como 500 campos de San Mamés unidos) acompañados por ovejas y sus terneros en pacífica camaradería. Fuimos testigos de cómo una de ellas, en situación inmediata de parir en uno de los comederos de las reses, era protegida por éstas, que a una distancia prudencial procuraban que no se acercase ningún otro animal, dejándola alumbrar sin sobresaltos.
El día amaneció terciado, nubes y claros. Buena temperatura para disfrutar de un día en campo abierto. Y allí, a mitad del camino entre Fermoselle (nuestra primera estancia) y Salamanca (nuestro nuevo destino), muy cerca de Ledesma, magnífica villa declarada Conjunto Histórico Artístico donde las piedras te susurran su historia, estaba la finca. Aunque alejada de la carretera general, junto a ésta, ya nos estaba esperando Ángel, que ni es el dueño ni empleado ni guarda, ni caporal ni mayoral, simplemente un enamorado hasta las trancas de las reses bravas, del toro bravo, de la dehesa y de todo lo que allí se mueve, animal o vegetal, y ante todo, un amigo del dueño D. Antonio Palla. Es Salamanca un escaparate variado, con cumbres nevadas, sierras, valles, cañones y llanuras, y en su mitad un paisaje que la identifica plenamente: es la dehesa, esas extensas manchas de encinares y algunos robledales, que alcanzan el horizonte.
Vista que se pierde en el horizonte de la finca «Gusende Moscosa»
Esta finca de la Ganadería de Antonio Palla, está situada en un entorno natural en pleno campo de Ledesma y pone a disposición de los amantes del toro bravo así como para cualquiera que quiera acercarse hasta ella, una fascinante experiencia, ofreciendo la oportunidad de disfrutar y contemplar la imponente belleza del toro de lidia, en su habitat natural. Sobre los pastizales, ahora amarillentos, se crían en régimen extensivo razas vacunas autóctonas, como la morucha que es la que vimos en esta finca (raza autóctona salmantina por excelencia, certificada como Identidad Geográfica Protegida), y el cerdo ibérico, que busca afanosamente bellotas durante la montanera pero que nos fueron esquivos por estar a resguardo del intenso calor. Se trata de pasar un día que resulte inolvidable por lo experimentado y visto, en contacto directo con la naturaleza, el campo y sus animales en una de las dehesas del campo charro. Un entorno bello, en estos momentos amarilleado por el abrasador sol salmantino y la falta de la añorada lluvia, muy cerca de otro entorno natural espectacular como son los Arribes del Duero, donde pastan más de 500 animales con una tranquilidad pasmosa. Este sosiego y paz que transmiten es la que nos permitió recorrer toda la finca en un coche todoterreno con las puertas abiertas de par en par, sin miedo a las reses que se acercaban confiadamente y sin darles ningún temor que les alterara, compartiendo unos momentos de su rutina diaria, perfectamente alimentados y cuidados con mimo.
Su mirada denota expectación pero ningún temor.
Pero la dehesa es, fundamentalmente, el hogar del toro bravo. Allí nace y se cuida en las más de doscientas ganaderías de lidia existentes en Salamanca. No es difícil observar su imagen altiva sobresaliendo en los cercados del centro y oeste de la provincia. Se trata de un excepcional ecosistema, ejemplo de aprovechamiento sostenible y de respeto al medio ambiente. Existe toda una vida asociada a la dehesa, como queda patente en ermitas y casonas, costumbres y creencias que el ya amigo Ángel, nos iba relatando con ese afán que sólo muestran los verdaderos enamorados de este arquetipo de animal.
Comenzamos la visita con unas pequeñas y necesarias explicaciones por parte de Ángel en las que quitó «hierro» a los probables miedos que pudiéramos tener con respecto a las posibles embestidas de los toros y cómo se iba a desarrollar la visita que nos iba a permitir observar desde dentro y «muy de cerca«, arrimándonos a los toros de lidia sin interferir, en ningún momento, en el comportamiento cotidiano de los animales. Una visita entre encinas y vallados con la máxima seguridad, que nos permitieron hacer el recorrido por los diferentes cercados, viendo los toros a campo abierto, las vacas con sus crías, los sementales, los añojos, los erales, así como las instalaciones, plaza de tientas, chiqueros, corrales, aperos, todo aquello que es necesario para que estén lo más cómodos posible. Por el camino, Ángel nos iba regalando sus explicaciones de lo que era cada cosa, señalando la clase de animal que estaba dentro de cada cercado. Al llegar a la pequeña plaza tentadero, nos resumió qué es lo que se realiza en él, cómo se realiza y cuál es su misión. Cuando salimos al ruedo, invitados por él, me mantuve expectante por si nos tenía preparada alguna sorpresa en forma de vaquilla saliendo por los chiqueros. Le agradecimos que no fuera así, pero sí que nos hizo tomar en nuestras manos un capote todavía con apresto, para que nos cerciorásemos de su peso que supera ampliamente los 4 kilos.
Vaya pinta. Tapándome las verguenzas con el capote.
De nuevo subidos y acomodados en un coche ya destartalado por sus muchos años recorriendo la irregular dehesa, Ángel nos brindó la oportunidad de dar de comer a una vaquilla de la mano. La citó, la llamó por su nombre y la vaquilla se fue acercando al llamado, sin prisas pero al trote, sabiendo que le esperaba un suculento alimento. No le importó en absoluto que la mano que se lo ofrecía no fuera conocida, fue al reclamo sin ningún temor y comió lo que se le proporcionaba sin hacer el menor movimiento hostil. Una experiencia única, agradable, de las que recordarás toda tu vida porque has superado el miedo atávico que lleva asociado el animal, ha dejado de existir en tu mente.
Tuve esos cuernos a menor distancia que un torero.
Pasamos a otro cercado donde inmediatamente identificamos, por su hechura y corpulencia, al semental de proporciones armoniosas que perseguía cansinamente, pero con tesón, a una vaca a pesar de que ésta le desdeñaba porque no estaba en celo. Ese semental, cuya misión es inseminar a las vacas con el objetivo de que queden preñadas y así mantener la especie, busca de manera activa a aquellas que puedan estar en celo en ciclos de 21 días de media y solamente durante unas 6 u 8 horas. El objetivo final, obviamente, es garantizar la continuidad de la divisa con nuevos becerros que ayudarán a mantener activa la explotación ganadera. Resumiendo, el semental es el padre de todos los futuros becerros de la ganadería y, por lo tanto, se busca el mejor para las futuras camadas. Ángel nos fue explicando las características morfológicas de este semental, su calidad a la hora de copular y preñar a las vacas y su generosa descendencia. No parecía estar muy satisfecha mientras merodeaba a la vaca esquiva.
El semental a la derecha, persiguiendo a una vaca desdeñosa.
Entramos a 8 cercados distintos en los que vimos a unos quinientos ejemplares. Había animales de la misma camada, otros de variada edad, unos con sus becerros, otros preñados, otros añojos, erales, novillas que son las hembras jóvenes no paridas y toros hechos y derechos, unas, las vaquillas ya toreadas en fiestas locales y otros, los machos de probada bravura, pendientes de lidia.
Ángel trató de transmitirnos la necesidad, más que conveniencia, de mantener los distintos festejos que se realizan por los pueblos de toda la piel de toro y las corridas, para que se perpetúe la especie del toro bravo que, sin ellos, prácticamente desaparecería o al menos perdería su bravura y, por lo tanto, su esencia. Sería muy útil que, aquéllos que se manifiestan en contra de la llamada « Fiesta Nacional«, se diesen una vuelta por alguna de estas dehesas para que pudiesen apreciar el trato regalado que reciben mientras están en el campo.
Al toro hay que situarlo como centro de una actividad, entendido no solo como uno de los animales de mayor belleza en el campo, sino también. desde una óptica diferente, como guardés, como elemento que “hilvana y teje” la vida compleja en un ecosistema equilibrado, único y de gran calidad como es una dehesa: debe sobrevivir.
Una vez terminada la visita al campo, nuestro ya amigo Ángel nos llevó al interior de la casa que sirve de refugio al dueño de la finca y la ganadería, donde nos obsequió con un buen plato de fiambres salmantinas, bien regado con un tinto de la tierra, sin dejar de darnos explicaciones sobre una explotación ganadera de reses bravas, que no es puntera dentro del escalafón, pero que se defiende en plazas medias, terminando, lógicamente, hablando de las voces que cada vez con mayor sonoridad, se están alzando en contra de las corridas de toros y que, con el tiempo, ganan más adeptos. Yo, por mi parte, puedo afirmar que el toro tiene una vida relajada, está exquisitamente atendido, con todo un campo donde holgar plácidamente con sus congéneres. No me olvido de su final, del fatídico desenlace que le espera en el albero, ese es su sino.
Los que defienden a ultranza el mantenimiento del toro bravo y las corridas de toros, tienen como máximos argumentos: «Las corridas deben de ser mantenidas porque suponen una de las tradiciones más enraizadas de este país, el arte de la tauromaquia es la lucha del hombre contra el animal en la que se demuestra nuestra superioridad sobre la especie animal, usándolos en nuestro favor, al igual que usamos las gallinas, los cerdos o los caballos. Pero ese uso no impide tratar al toro con un profundo respeto, manifestado en el riesgo que asumen los toreros al medirse con el toro a costa de poder perder su propia vida y, por último, si se prohíben las corridas, el toro de lidia desaparecerá, porque no habrá nadie interesado en conservar la especie. Aún más, no solo desaparecerá el toro de lidia sino cientos de miles de empleos y millones de euros de un sector que mueve una elevada cantidad de dinero«.
Un hermoso ejemplar, modelo de este encaste.
Para aquellos que están en contra, su argumentario es muy serio y bien fundamentado teniendo en cuenta lo que ha evolucionado la sociedad en cuanto a la sensibilidad que se estila hoy en día con la crueldad hacia los animales, en general, y del toro en particular por ser de los más visibles. Si, como hemos dicho “Los toros son una tradición, y las tradiciones hay que mantenerlas”, los antitaurinos desmienten que haya que mantener una tradición basada en la crueldad y la violencia sobre cualquier animal porque éste siente y padece como una persona. Nuestra pretendida racionalidad como personas nos debe de llevar a opinar que uno de los objetivos de esta sociedad es la concordia, y ésta está amenazada si dejamos que este tipo de tradiciones sea una de las bases formativas de nuestros jóvenes.
“Las corridas de toros son un arte” , afirman los que están a favor de la «fiesta». El arte es un proceso de creación y construcción, que da vida, no la quita, dicen, por contra los antitaurinos. Este arte no construye ni da valor. Antes bien, destruye todo lo de enaltecedor que pueda tener el arte para la vida humana.
“El toro muere dignamente” ¿Es digna una muerte lenta, dolorosa, torturante, asfixiante? ¿Una muerte en la que un toro es obligado a someterse a las torturas que sirven como espectáculo para aquellos que dicen amar y respetar a los toros?. Eso no es dignidad.
“Los toros son cultura” En 1980, la UNESCO, máxima autoridad mundial en materia de cultura, emitió su opinión al respecto: “La tauromaquia es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a los niños y a los adultos sensibles». La crueldad que humilla -a humanos o animales- y destruye por el dolor jamás se podrá considerar cultura. Esas sólo serán costumbres odiosas contra el mundo y contra sí mismos. Aún así, la AIT (Asoc. Internacional de Tauromaquia) ha pedido a la UNESCO que la tauromaquia sea considerada parte de los “Bienes Intangibles del Patrimonio de la Humanidad”. Sólo si la violencia, la crueldad y la barbarie son consideradas “Patrimonio de la Humanidad”, esta petición podrá ser aceptada.
“Sin corridas no habría toro bravo, éste desaparecería” . En contra de este argumento favorable, los antitaurinos opinan que el toro es un animal herbívoro, que es bravo sólo en las luchas territoriales, en la lucha por la reproducción y/o en situaciones de peligro, que ha sido artificialmente manipulado y que se le provoca para que responda de manera agresiva al torero. No significa el fin de los toros, sólo de su bravura que ha estado manipulada por los ganaderos y las ganaderías.
“El toro no sufre”. Como cualquier animal con cerebro y con un sistema nervioso central, sí siente: si vemos a una mosca posarse sobre el lomo de un toro, apenas la percibe, pero éste trata de espantarla con su rabo. ¿Cómo no sentirá un toro la puya, las banderillas o la espada? ¿O acaso el toro se orina y defeca en la corrida, porque le da pánico escénico? Y en las corridas no sólo el toro, también el caballo que sale a la plaza puede caer herido, y ellos también sienten.
“El toro bravo nació para eso”. El toro bravo fue criado y predeterminado por los criadores para ese destino. Fue el hombre quien lo manipuló y lo llevó a la medida de sus deseos. ¿Es justo darle vida a un animal para quitársela en un acto pleno de dolor y crueldad?, aseguran los antitaurinos y animalistas.
Hay más argumentos en un sentido y en el contrario, pero los apuntados son los fundamentales, son irreconciliables y ambos contendientes tienen su parte de razón. Mi opinión, porque voy a darla, va a dar palos a ambas partes enfrentadas, de la misma manera que habrá cuestiones que den la razón a uno u otro. Como es habitual en mí, huiré de los extremos porque siempre son malos y trataré de situarme en el centro, que no quiere decir que me den igual las opiniones adversas y/o contrarias.
Duras imágenes de la muerte de un toro.
Quisiera, en primer lugar, dejar muy claro que no me gustan las corridas de toros, no he ido a más de dos en mi vida y por no hacerles un feo a quien me ha invitado. Me gusta el toro como animal por su bravura y una estampa sin igual, y me complace distinguir entre personas y animales o seres vivos en general. Los animales son seres que sienten, experimentan dolor, ansiedad y sufrimiento, físico y psicológico cuando se les mantiene en cautividad o se les priva de alimento, por aislamiento social, limitaciones físicas o presentárseles situaciones dolorosas irreversibles. Por lo tanto, pueden sufrir y, de hecho, sufren. Son conscientes de sí mismos y de lo que les rodea. No son máquinas, no son cosas. La creación nos ha hecho superiores debido a nuestra capacidad de raciocinio, aunque a veces no lo parezca, por lo que los utilizamos a nuestra conveniencia, sin importar lo que el animal pueda sentir. Las imágenes que hemos visto en muchas ocasiones en los programas del National Geographic en las que dos antagonistas se aniquilan, en las que una manada ataca a otro animal indefenso, en las que el más fuerte ataca y da muerte de manera inmisericorde al débil, en la mayoría de ocasiones para obtener comida con la que sobrevivir, nos han sobrecogido. El animal es depredador por naturaleza y, precisamente por eso, juega un papel fundamental para el equilibrio de los ecosistemas. Y el hombre es un animal racional, sí, pero también es un depredador.
Aunque hay otra manera de hacer sufrir a nuestros queridos animales, a nuestras mascotas a mi modo de ver. Los principales animales domesticados por el hombre incluyen el perro, el gato, la vaca, la oveja, la cabra, el cerdo, el caballo, el burro, el pato o la gallina. Podemos incluir a otros animales menos conocidos, pero igualmente domesticados como la alpaca, la llama, el cuy, el conejo, el camello, la abeja, el gusano de seda, la paloma, el pavo y diversas aves y peces, como el periquito australiano, el canario o la carpa. Para ello ¿no han sido violentados? Aunque se les mantenga en una «jaula de oro» y parezca que se les quiere y se les mima. Como a los toros. Muchos de ellos no terminan de una manera más digna que los toros en la plaza, y para más “inri” nos los comemos. Aunque ciertos científicos ya han manifestado y dejado claro que defienden que los animales deberían considerarse universalmente como personas físicas no humanas y no como meras cosas, terminando así de una vez por todas con el predominio de la cosificación (palabro que me disgusta enormemente). Manifiestan que el reconocimiento de la personalidad jurídica de los animales es una etapa indispensable para alcanzar la coherencia del sistema del derecho, y es que la situación jurídica de los animales únicamente cambiará en la medida en que se los eleve al rango de sujetos de derecho. No estoy de acuerdo con ellos ni con uno de los últimos Papas que aseguró que los animales incluso tienen alma. No es esto lo que me han enseñado y no consigo asimilarlo. Me lo tendrán que explicar mejor.
Recordando que no me gustan las corridas de toros ni lo que sucede dentro del coso taurino, ni la violencia que se ejerce sobre ellos, considero que el toro está para lo que se le ha concebido, que vive una vida de lujo con el objetivo de morir, luchando (y sufriendo), en la plaza. ¿Por qué los amigos de los animales no piden, de la misma manera, la extinción del lobo que ataca con asiduidad y sin compasión a las ovejas? ¿Por qué no exigen a todo aquel que tiene un perro que no le ponga correa? O es que esto no le hace sufrir al perro. ¿Saben estos animalistas cómo se hace el foie de pato? ¿Conocen esos gallineros en los que miles de gallinas nacen, viven y mueren hacinadas sin ver ni una sola vez la luz del sol? ¿Han estado presentes alguna vez en la matanza del cerdo? El método tradicional es la muerte con cuchillo que se le va clavando en el corazón, no para detenerlo rápidamente, sino para que siga bombeando sangre ya que esto facilita el desangrado más completo y rápido. Y así sucesivamente.
Una centenaria encima
Esa batalla en contra de las corridas de toros y de todo espectáculo relacionado con ellos, ha comenzado hace ya algunos años y han conseguido avances en Francia, en el País Vasco y en Cataluña. Hasta ahora sólo son restricciones, pero no tardará mucho en que se consigan prohibiciones. Los taurinos se defienden con uña y carne, asociándose para tomar iniciativas que frenen este acoso y derribo.
En medio de ambas posturas y como argumento fundamental está “la sensibilidad”, el sentimiento de la compasión por el dolor que, indudablemente, siente el animal. Esto que parece muy claro en los antitaurinos, no lo parece tanto en los que apoyan este tipo de espectáculos, ya que insisten que ellos también se conmueven cuando lo ven sufrir, que ellos comparten ese sentimiento de compasión y de lástima por el sufrimiento animal, que no son gentes crueles y sin piedad. Y ponen como ejemplo, la pesca con caña porque también hace sufrir al pez que agoniza lentamente en el cubo y no tiene la opción de la pelea o la defensa, la caza deportiva, la forma en que se prepara una langosta que luego nos comeremos, la Fiesta del Sacrificio en las festividades islámicas o los sacrificios en muchos ritos religiosos. Lo que se debe de evitar, por ambas partes, es la intolerancia hacia la otra, respetando los argumentos del contrario y estando atento a todas las sensibilidades.
Quizá habría que estudiar la realización de la lidia del toro bravo, pero sin muerte, con unas banderillas más descafeinadas, y unas picas no tan contundentes. Con ello, la lucha toro-torero sería más de igual a igual y tendría más morbo por las mayores probabilidades de cogida del torero. Ninguna corrida tendría interés sin ese permanente riesgo de la cogida al torero. ¿Es esto lo que se pretende? ¿Incrementar el morbo de la herida o de la muerte? ¿El ver que el astado termina siendo superior al hombre? ¿Se podría llegar a una solución consensuada que dejase satisfechas a ambas partes en litigio? Seguro que no, pero quizá así se lograría enganchar a los jóvenes para que acudan a las plazas y no sólo a los conciertos de Melendi, Bustamante o Rosalía. No lo creo. De todas formas, «tengamos la fiesta en paz«.
Mi pequeño homenaje a Ángel, abriendo la cancela de uno de los cercados
16/9/2025