Javi Campo

Le Château d´Abbadie (Hendaye)

Como nos está sucediendo en las últimas excursiones que nuestra querida Asociación de Jubilados nos propone, el día salió perfecto para el fin al que estaba destinado. Esto es, ir de excursión cual bachilleres en el final de curso en unos modernos autobuses que nos llevarían hasta San Juan de Luz, Hendaya y a una sidrería de Irún a degustar el menú típico que aquí se estila.

Después de un buen desayuno y un paseo con guía por San Juan de Luz, con Ciboure y Hondarribia al fondo, nos desplazamos por una carretera costera preciosa hasta un Château (Castillo) muy especial y que es del que quiero hablar hoy. Está situado a 2 Kms de  Hendaya. Sus playas, su naturaleza, sus paisajes y la arquitectura tradicional de sus edificios, estilo «neo-vasco», son motivos más que suficientes para visitar este pueblo cada poco tiempo en la seguridad de que en cada visita encontraréis algo nuevo, distinto y precioso. Es uno de esos lugares en los que, al marchar, piensas que tienes que volver porque en tu fuero interno te queda el convencimiento de que has dejado mucho por ver.

Todo ello es lo que condujo, en la segunda parte del siglo XIX, a Hendaya, San Juan de Luz y Biarritz a ser considerados «balneario y retiro vacacional para las élites españolas y francesas, y posteriormente europeas».

Sin olvidarnos de uno de los capítulos más oscuros sucedidos durante la Guerra Civil Española, puesto que el lugar fue refugio de cientos de exiliados, viendo y sintiendo sus habitantes, de cerca, la desgracia de la cantidad de familias vascas que tuvieron que dejar todo atrás huyendo de la sinrazón de una guerra cruel. En 1940 Hendaya volvía a ser noticia por el encuentro entre Franco y Hitler para negociar la participación de España en la Segunda Guerra Mundial junto a las potencias del Eje. Paradojas de esta vida, quizá le tengamos que dar las gracias al dictador Franco por haber sido impertinente y cabezón con su colega en la dictadura y no haberse dejado convencer por él.

Otra de las cosas a destacar de esta localidad son «las rocas gemelas«, conocidas como Deux Jumeaux, una de las imágenes más características de Hendaya. Se trata de dos formaciones rocosas de similar aspecto ubicadas entre la Playa de Hendaya y Domaine d’Abbadia, que cuando hay marea baja se puede uno aproximar bastante andando para verlas más de cerca.Cuenta la leyenda, uno más de los mitos extendidos entre nosotros, que un día Basajaun, el hombre de los bosques en la mitología vasca, intentó tirar una roca para destrozar la ciudad de Bayona desde las Peñas de Aia. Sin embargo Basajaun se tropezó, la roca se le escapó y cayó junto a la playa de Hendaya rompiéndose en dos. Y ahí han quedado como ejemplo de fortaleza. Me viene a la mente una frase latina que oí con frecuencia en mi juventud: «Undis adversis inmota petra manevit».- «La roca permaneció impasible ante las olas adversas».

Una de las mejores cosas que hacer en Hendaya es recorrer el camino de su bahía o “Chemin de la Baie”, un sendero de 14 kilómetros de distancia que discurre desde el pueblo de Hondarribia hasta la playa de Hendaya, pasando por el Puente Internacional de Irún, el Fuerte de Vauban y por la Bahía de Txingudi. Las vistas a lo largo del recorrido son una auténtica maravilla, la naturaleza vuelca todo su esplendor en el verde de sus prados hasta que se encuentran con los potentes acantilados, por lo que merece la pena realizar el sendero con calma y disfrutando de cada rincón.

Cuando llegamos con el autobús al lugar en que éste podía aparcar, tuvimos que andar 1 Km aproximadamente hasta llegar a la entrada de la finca del Château. En mi caso, un querido compañero de viaje y amigo, que momentos antes me había confesado que le habían diagnosticado «ELA«, me agarró del brazo para que le ayudase a desplazarse ya que él, con un bastón y alguna dificultad, todavía con ayuda puede desplazarse. Poco a poco todo el grupo nos fue adelantando, nos fuimos quedando atrás mientras él me explicaba la cantidad de veces que había recorrido ese paseo entre Hendaya y Hondarribia por el acantilado y la maravilla de costa que era. Se lamentaba de no poder volver a hacerlo. Llegamos los últimos aunque los guías del château se volcaron con él.

Mientras esperábamos a que terminase su visita el grupo anterior pudimos contemplar  el exterior del edificio y los terrenos que le rodean,  ya que ofrece unas impresionantes vistas de la costa, y de un mar de un azul intenso. Esta construcción con una fachada de estilo neogótico, no es una más al uso de la época sino que incorpora por toda ella elementos en piedra tallada como gárgolas con efigies de diversos animales, algunos de ellos adosados a la fachada, contiene en su interior todo lo contrario de lo que te esperas ya que toda ella contiene una decoración de inspiración africana y de una imaginación desbordante. Y tiene su explicación.

Vais a conocer à Antoine d’Abbadie «el aita de los vascos«,  así apodado porque en 1836, junto con Agustín Xaho, publicó «los Estudios gramaticales sobre la lengua vasca«, antes de crear, unos años más tarde, en Urrugne, las fiestas vascas. Su incardinación en el pueblo vasco es tal que, a su muerte, se le dio el nombre de «Euskaldunen Aita«. Explorador cientifico en África, cartógrafo del siglo XIX de Etiopía en gran medida,  más conocido y recordado por ésta su casa construida por el famoso arquitecto Eugène Viollet-le-Duc.

Antoine Thompson d’Abbadie había nacido en Dublín en 1810. Su padre era vasco, de Zuberoa; su madre, irlandesa. La familia se trasladó a Francia cuando Antoine tenía diez años. Después de aprobar los estudios secundarios en París, compatibiliza la carrera de Derecho con enseñanzas dispares: lenguas antiguas y modernas —acabará hablando 14 con fluidez—, astronomía, física, ofidiología (estudio de las serpientes), geología, mineralogía… Un anhelo, casi una obsesión, le impulsa: quiere explorar el interior de África.

Y se prepara para ello a base de disciplina, tanto adquiriendo conocimientos como física y mentalmente. Está decidido a emprender la marcha a un país africano que ya tiene decidido. Quiere explorar su territorio y plasmar sus conocimientos en los mapas y libros que sirvan para dar a conocer sus descubrimienos a los demás. Para ello se construye sus propios instrumentos de medición.

En 1837 y con su hermano Arnauld emprendió viaje a Etiopía (Abisinia se llamaba entonces), siendo su objetivo la conversión de sus habitantes al catolicismo a la vez que recorría todo el país. En esta tesitura, no tardó mucho tiempo en darse cuenta de su falta de conocimientos y medios para realizar con éxito la expedición, por lo que decidió volver a Europa donde pasó gran parte de 1839. Cuando creyó que ya estaba preparado, no tardó mucho en volver a la antigua Abisinia, realizando durante varios años expediciones efectuando muchos estudios etnográficos y geográficos. El 17/1/1846, los dos hermanos plantaron la bandera francesa en el nacimiento del río Omo. Considerando su misión cumplida, d’Abbadie emprendió su regreso a Europa, que, en un contexto de conflictos militares y dificultades viales, duró dos años.

Su regreso a Europa estuvo dedicado al relato de sus expediciones en sociedades científicas y a la publicación de sus obras geodésicas. Él y su hermano fueron galardonados con la Legión de Honor y la Grande Médaille d’Or de la Société de Géographie en 1850. Los honores continuaron con la elección de d’Abbadie como miembro correspondiente de la Academia de Ciencias Francesa en 1852, y miembro titular ya en 1867. Al mismo tiempo, comenzó a dedicarse a la promoción de la cultura vasca, a la construcción de su casa y observatorio en la cornisa vasca mientras comenzaba la difícil búsqueda de una esposa.

Unos años más tarde, en octubre de 1858, conoció, a través de su amiga íntima Amédée de Laborde-Noguez, a Virginie Vincent de Saint-Bonnet, con quien se casó cuatro meses después, en febrero de 1859, en Lyon. A partir de entonces, el proyecto de construcción del Château fue llevado a cabo simultáneamente por los dos cónyuges, al mismo tiempo que la vida de d’Abbadie continuaba rigiéndose por sus intensas actividades científicas y culturales a nivel local, nacional e internacional. Al igual que sus contemporáneos poderosos económicamente, la pareja compartió su residencia entre París, un lugar para la vida social, y la cornisa vasca, un retiro romántico y científico a la vez.

El proyecto de construcción del Château fue objeto de dificultades imprevistas, en particular por diferencias de las propuestas del arquitecto con sus deseos, lo que llevó primero a la destitución de Clément Parent en 1861 y luego a la renuncia de su sucesor, Auguste-Joseph Magne en 1864. La pareja conoció a Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc como solución de emergencia, probablemente a través de un amigo, a principios de 1864. El experimentado y reconocido arquitecto se hizo cargo del lugar inmediatamente con una eficiencia inesperada. Compuso o recompuso los planos y alzados del castillo de d´Abbadia y confió el seguimiento de la ejecución a su «ayudante de campo«, el arquitecto de Amiens, Edmond Duthoit, a quien más tarde le delegó, también, la decoración y compra del mobiliario. Viollet-le-Duc dirigió las obras hasta los acontecimientos de 1870 y 1871, para más tarde entregar completamente la dirección a Duthoit, que trabajó en el castillo d´Abbadia hasta 1884.

Con el paso de los años, no exentos de problemas sobre todo familiares, le llegó el éxito y el reconocimiento y los homenajes. Su generosidad le llevó a donar parte de su extenso patrimonio, entre ellos este castillo, a la Academia de las Ciencias aunque su esposa conservó el usufructo hasta su muerte. Antoine d’Abbadie murió dos días después de asistir a su última sesión de la Academia de Ciencias, el 19 de marzo de 1897, sufriendo los males típicos de la vejez, pero aún capaz de jactarse y vanogloriarse de su dinanismo y su rápidez de ingenio. Sus restos fueron trasladados inmediatamente a sus tierras en Hendaya. Fue enterrado tres días después en la cripta de la capilla y, de acuerdo con su voluntad, sin honores. Esta es la razón por la cual el funeral reunió solo a sus aparceros, agricultores de la zona y algunos pocos familiares, la mayoría de los cuales habían fallecido o estaban demasiado lejos para hacer el viaje. En su tumba, de asombrosa sobriedad en comparación con la decoración del castillo, estaban grabados sus lemas: Plus estre que paraistre (más ser que aparentar), In labore felicitas (en el trabajo está la felicidad), ma foy et mon droict (mi fe y mi derecho). A su lado, le acompaña la «makila de honor» otorgada por sus compatriotas vascos en 1892, y allí descansa también su esposa que se unió a él cuatro años más tarde.

   Vista aérea del Castillo y parajes de alrededor, paseo sobre el acantilado desde Hendaya

En consecuencia, este Castillo es uno de los emblemas de la cultura vasca, también se le conoce como «la Casa de los Ilustres«, es decir que sin la personalidad de su patrocinador, Antoine d’Abbadie, erudito además de caprichoso nacido en Dublín en 1810, este edificio inspirado en los modelos de castillos de la Edad Media, de estilo neogótico nunca habría visto la luz del día. Situémonos: un edificio sublime (creado en 1864 y 1884), entre llanuras y bosques, a lo largo del camino costero, se nos ofrece en un promontorio con vistas al océano. Lugar altamente estratégico, que ofrece a un científico apasionado una vista de 360°, un increíble puesto de observación y además en tierra vasca a la que amaba con pasión. Te recomiendo, si te decides a visitarlo, pasear por los alrededores del castillo para recorrer las 400 hectáreas que lo rodean, y admirar desde lo alto de los acantilados un panorama único, para dejarte sin aliento.

Las paredes exteriores del castillo están excepcionalmente decoradas. Hay muchas esculturas hechas en piedra en las que podemos apreciar gatos jugando con ratones, elefantes, caracoles, monos o serpientes. Almenas, torres y torreones hacen que el edificio parezca un castillo medieval. El parque es un prado de un verde perenne con palmeras y el paisaje goza de vistas sobre el Mar Cantábrico y sobre las montañas un poco a lo lejos entre las que se puede distinguir, perfectamente la cumbre del «la Rhune».

            Majestuosa visión del acantilado, prados, bosques y la Rhune al fondo

Cuando vayas a subir los escalones del Château d´Abbadia, no tengas en cuenta la austeridad exterior de los altos muros. Prepárate para ver algo que no te puedes ni imaginar que se pueda albergar dentro de este recinto tan singular: la entrada es una invitación a viajar, imbuido por las ideas de un hombre culto, apasionado por las ciencias exactas, explorador, geógrafo, astrónomo, filólogo, que, bajo el sabio consejo de un arquitecto de interiores, Eugène Bühler, nos sumerge en el Oriente africano, rico en historia, cultura y refinamiento. Dejo que tu imaginación vague antes de que vengas y penetres en su interior, en la seguridad de que no vas a acertar en nada y cualquier idea preconcebida será superada desde la misma entrada.

                 Fachada principal de entrada. Arriba, detalle del lateral de la escalera.

Ya la entrada, con sus escaleras, los cocodrilos a los lados en posición de ataque, y la visión de las gárgolas arriba, te van adentrando en una situación inédita. Nada más entrar por la puerta penetras en un mundo del que el dueño y el autor estaban enamorados y no es otro que la cultura, en toda su extensión, africana. La escalera principal está adornada en el tramo más alto con una vidriera de colores muy vivos, que muestra el escudo de armas de la familia y los lemas en los bordes de los pergaminos: «Ser más que pretender ser» y «Mi fe, mis derechos«. Un mundo irreal de animales quiméricos sirve como soporte de la escalera principal que casa admirablemente con la decoración exótica de los escudos etíopes y los cuernos de animales.

      Escalera y vestíbulo con vidriera al frente y dibujos de ambiente africano a los lados

Así se llega a la sala que alberga su observatorio de astronomia donde se pueden ver todavía los intrumentos de la época. Antoine d’Abaddie construyó un curioso observatorio astronómico, en él abría por las noches la trampilla ubicada en el techo y observaba la posición de las estrellas para estudiarlas detenidamente. Aún se conserva el telescopio meridiano y todo el material utilizado para sus investigaciones.

                                           Habitación donde se ubica el observatorio

Recuerdos e inspiraciones de sus viajes adornan la paredes: escenas de la vida cotidiana en Etiopia, recuerdos de una habitación de Jerusalen o de un salón Arabe, el lugar más adecuado para fumar, en compañía, una shisha…El castillo, en toda su extensión, está amueblado, decorado y restaurado como en aquella época que él vivió. Aquí hay demasiado que ver y, aunque estés haciendo el recorrido con guía, piérdete un buen rato recorriendo sus espacios. Verás infinidad de detalles e inscripciones que adornan las paredes y que merecen la pena ser observadas con detenimiento.

                                                                        Biblioteca

La gran biblioteca se encuentra en el corazón del castillo. Como un lugar para trabajar y un punto para reflexionar, la biblioteca simboliza la visión enciclopédica de Antoine d’Abbadie sobre la vida. Los estantes corren a lo largo de una galería hecha de castaño. Los marcos de hierro, fuertemente atornillados y anclados, sostienen la galería en un diseño estilo «Art Nouveau«.

Cuando Antoine d’Abbadie legó su castillo a la Academia de Ciencias en 1896, había más de 10.000 volúmenes en la biblioteca, de los cuales 960 libros estaban escritos en euskera y alojaba 234 manuscritos bíblicos o literarios antiguos escritos en Ge´ez, el idioma etíope utilizado para la liturgia. Esta colección ha sido legada a la Biblioteca Nacional Francesa en París, donde está considerada entre las más valiosas.

                                                           Chimenea en el Gran Salón

Este gran salón circular está situado en la torre sur. Está panelado hasta la altura de los hombros, las paredes de arriba pintadas en azul, donde distinguiremos los monogramas dorados A (ntoine) y V (irginie), nombres del matrimonio, en escritura gótica.
La chimenea es el elemento principal de la decoración. A partir de dibujos de Edmond Duthoit, está hecha con una piedra de la región de Angulema y recuerda a los interiores de casas medievales. En la pieza central de la chimenea se puede ver el escudo de armas de Antoine d’Abbadie con su lema personal «Ser en lugar de pretender ser» encajonado y estampado en una decoración que simboliza la peregrinación a Compostela. En la repisa de la chimenea, una cita en latin que se podría traducir por «La vida no es más que humo«.

                                                                           Capilla del Castillo

La decoración de la capilla lleva el sello de Duthoit y su fuerte gusto por el arte siciliano y oriental. La nave es rectangular de un tamaño diseñado para acomodar a todos los agricultores locales de las fincas circundantes y sus propios empleados,  un magnífico techo de madera pintada sobre arcos de mampostería. Las paredes de la nave están colgadas con trampantojos rojos (técnica pictórica que intenta engañar a la vista jugando con el entorno arquitectónico, real o simulado, la perspectiva, el sombreado y otros efectos ópticos de fingimiento, consiguiendo una «realidad intensificada») donde se puede ver el monograma S y A que pretenden recordar a San Antonio. El coro, orientado hacia el Este, se baña en una luz suave y brillante que se filtra a través de las tres magníficas vidrieras: en el centro, «Cristo sufriente«, a la izquierda Santo Tomás Aquino y a la derecha, San Agustín. También existe un pequeño balcón desde el cual los señores de la casa podían escuchar la misa sin necesidad de salir de su dormitorio. Antoine d’Abbadie y su esposa descansan en paz en una cripta situada debajo del altar.

                                               Escalera helicoidal de estilo morisco

Dando una vuelta, a tu aire, por la casa te llamará la atención y podrás disfrutar de la «Habitación del Emperador«, una alcoba que estaba siempre preparada para la visita y estancia en el castillo de Napoleón III, que no Bonaparte ya que éste murió cuando d´Abbadia tenía 11 años. Según pone en el folleto que te entregan a la entrada, el propietario era muy amigo del Emperador y le invitó para que pusiera la última piedra a su castillo, un hecho que no llegó nunca a producirse.

                                         Habitación preparada para el Emperador

                                           Salón árabe con chimenea de estilo morisco

                                Habitación de Virginia, esposa de Antoine d´Abbadie

Le Château d’Abbadie fue el capricho de un hombre extravagante que tan solo buscaba en él un refugio en el que retirarse del mundo.

                                Detalle de la fachada y parte de su fauna

Pero si esto es mucho, no lo es todo. Es mucho más. El que tenga oportunidad de acercarse y verlo que no la pierda. Quedará encantado y anonadado por toda la belleza de su interior que aquí he pretendido reflejar con una fotos que le hacen justicia.

La excursión tenía que proseguir y dónde mejor que a una sidrería cerrada al público en general ese día y abierto sólo para nosotros. La sidrería «Ola» fue inaugurada en 1999. Ubicada en una antigua ferrería del s.XIII, conocida como Arantzateko Burniola, que ha sido recuperada por la familia Bengoetxea, (tiene un segalari campeón) para transformarla en la actual sidrería. Son dignas de ver sus espectaculares murallas originales, que se han conservado hasta nuestros días. «Ola» Sagardotegia de Irún, una antigua ferrería acondicionada convenientemente para acoger el «Txotx» y un menú típico de sidrería servido con amabilidad y rapidez.

Entrada de la Sidrería «Ola» con sus imponentes muros

Una vez más, la excursión fue un éxito por dos cuestiones fundamentales: En primer lugar por la exquisita organización, y en segundo lugar por el comportamiento de los viajeros, tan exquisito como la organización. Lo que es de agradecer. Así, dá gusto.

Fotos: Megaconstrucciones.net

 

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«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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