En demasiadas ocasiones tenemos que escuchar o leer noticias negativas de cuestiones relacionadas con la Iglesia Católica: Los casos de pederastia, las inmatriculaciones de edificios que el pueblo reivindica como suyos, la venta de objetos de culto por parte de párrocos con objetivos espúreos, etc…Pero no todo en la Iglesia militante es negativo, por supuesto que hay cosas positivas que no son noticia periodística. No interesa que se conozcan las actividades positivas de los miembros de la Iglesia no vaya a ser que volvamos a periodos pasados en los que la religión y sus cultos eran materia obligada.
Hoy en día la sociedad es láica, aconfesional y por lo tanto el hecho de la posible existencia de un dios, llamémosle como se quiera, molesta. Es incómodo, porque seguir sus enseñanzas coartaría nuestra libertad de hacer lo que nos viene en gana. Bien es cierto que son los propios miembros que componen la Iglesia Católica los que, con sus hechos, están empujando a las personas a abandonarla. Y las muy pocas vocaciones que hay en la actualidad, no están haciendo mucho por romper con esa dinámica, muchos pecan de un cierto «integrismo» que chirría por todas partes. Entiendo por integrismo, la comprensión de la fe reducida a la literalidad de las formulaciones teológicas, cuya meta es una interpretación unívoca y rígida de la religiosidad, que impide un modo de pensar y de vivir libre.
A lo largo del pontificado del Papa Francisco hemos podido escuchar profusamente de su boca los usos de una manera de entender la fe cristiana propia del fariseísmo del siglo I, que se enfrenta abiertamente con la revolución religiosa que trajo Jesús de Nazaret. Durante el siglo XX, el siglo de las ideologías, y tras el paso de la teología de la secularización y la teología de la liberación, de fuerte raigambre marxista, en la que la acción humana termina por vaciar el contenido de la fe cristiana, el integrismo religioso ha aparecido como otro golpe del péndulo ideológico de la Historia.
En la actualidad, dicha tentación integrista se alimenta de la falta de una educación en la apertura del hombre al mundo como creación buena de Dios y a la falta de una lectura mínima de los grandes maestros, que han sido olvidados en la formación de los nuevos sacerdotes y religiosos y reemplazados por blogs de Internet y por el abuso de las redes sociales, debilitando la capacidad de hacerse preguntas y fortaleciendo posturas irreconciliables desde el punto de vista teológico e ideológicas. Por todo esto, creo que a la Iglesia le hace falta un mucho de autocrítica e iniciar «de facto» un «aggiornamento» que se quiso iniciar nada más finalizar el Concilio Vaticano II y que se ha quedado en intento por las presiones internas desde los propios estamentos superiores de la Iglesia.
Y así nos va. En este libro lo que he pretendido es poner en valor, sobre todo, la labor social de una Parroquia de un pueblo, el mío, con unas connotaciones determinadas, realizada a través de una Comunidad de religiosos sencillos que, desde su pequeña atalaya, lo único que han pretendido es servir a la comunidad más cercana y a todo aquel que se les ha acercado en busca de ayuda. Sin trampa ni cartón. Sin coartar la libertad de nadie, sin obligaciones de ningún tipo, sin exigencias, sin pedir nada a cambio. Y no sólo los religiosos. Los seglares que, voluntariamente, han querido desarrollar una ayuda al necesitado y entiendo por necesitado a aquella persona que necesita cualquier tipo de atención, lo hacen sin cortapisas y durante el tiempo que cada cual ha querido. No se les pregunta nada al llegar ni tampoco al marchar.
Aquí dejo el enlace para el que quiera leer el artículo aparecido en el diario «El Correo» el 20 de abril del 2024.
https://www.elcorreo.com/bizkaia/margen-derecha/comunidad-sirve-getxo-manera-voluntaria-20240419175442-nt.html
