En la introducción del libro “Los pilares de la tierra”, Ken Follet hace una serie de afirmaciones que confirman que estamos en las antípodas del pensamiento. Inicia su libro con la frase: ”Nada ocurre tal como se planea”. Si bien es cierto que con bastante asiduidad algo de lo que planeas, se tuerce, también es cierto que estudiando y programando las situaciones posibles, hay menos probabilidades de que eso ocurra. Planear un viaje, un concierto, una fiesta, genera ilusión, con el atractivo añadido que eso tiene. En caso contrario, si no planeas las cosas, si no te imaginas las situaciones que se pueden dar, es muy difícil ilusionarse, incluso todo puede salir mal Siempre tiene que haber un hueco a la sorpresa o al infortunio, pero el hecho de planificar ya te está dando la posibilidad de tener que cambiar sobre la marcha. Y esto, tiene su encanto. O su aliciente al darle una solución adecuada.
Luego afirma que: “Cuando triunfas con un libro y alcanzas el éxito, lo inteligente es escribir en esa misma línea, una vez al año, el resto de tu vida”. ¡Qué aburrido! Para el propio escritor y para el lector, aunque quizá para aquel sea cierto lo de “inteligente”, sobre todo para las editoriales, a pesar de que para los lectores no lo sean porque, con toda probabilidad, se repetirán los argumentos y las frases. Hace unos años, uno de esos escritores prolíficos de éxito me corroboró durante la “Durangoko azoka” que “impelido por la editorial a escribir un libro anual, se plagiaba a sí mismo”.
Y como ejemplos, Follet pone dos: “Un payaso no puede ponerse a interpretar a Hamlet” y “las estrellas del pop no pueden componer sinfonías”. Dos sonoras “chorradas” que evidencian su desconocimiento. ¿Por qué no? ¿quién se lo impide? Quizá Ken Follet no haya conocido a Charly Rivel, un payaso de talla mundial del siglo XX que podría haber interpretado cualquier papel shakespeariano con gran éxito y tampoco a un contante pop tan poco acreditado como Paul McCartney de The Beatles, quien compuso la obra sinfónica «Liverpool Oratorio». Un desconocido, vamos. La relación entre el pop y la música clásica sigue evolucionando, con muchos artistas explorando los límites de ambos géneros y compaginándolos con éxito.
A continuación, asegura con rotundidad: “Además, no creo en Dios”. ¡Qué lástima me das! Cualquier persona inteligente, por lo que tú te tienes, al menos, tendría dudas. Yo creo en Dios, pero tengo dudas, hay veces que mi fe desfallece, que caigo en la melancolía porque el ser supremo no hace las cosas como yo quisiera o como a mí me beneficiasen. Pero precisamente esas dudas que, hasta el Papa Bergoglio confesó a Javier Cercas (otro que tal baila), son las que me hacen aferrarme a mi esperanza de que Dios, con mayúscula, esté ahí esperándome a todas horas. Quizá Ken tenga, en esta vida, la expectativa o el anhelo de que su próximo libro sea un éxito más y que se vendan varios millones de libros, pues yo, que sólo he vendido unos pocos miles (maldita envidia), tengo la ilusión de que una vez que este cuerpo alcance el reposo eterno, en algún lugar físico o metafísico, haya un ser superior que me acoja como su hijo al igual que a todos los seres humanos, sin distinción alguna. Sin esperanza, sin esa esperanza, mi vida en esta tierra no tendría sentido.
Si seguimos leyendo, cuando dá explicaciones de cómo ha llegado a escribir este libro cuyo eje central es el interés por construir una catedral, afirma que creció educándose en una secta y deja caer sus propias incertidumbres: “¿Por qué el hombre actual destina tan ingentes cantidades de dinero a explorar el espacio exterior?”. Y él mismo se da las respuestas. En una de ellas asevera: “ Por las aspiraciones espirituales de una humanidad atada a este mundo”. ¡Ese es el problema!¡Tu problema! ¡Mi problema! Estamos tan ensimismados en lo que nos rodea, tan imbuidos de tanta información como nos llega desde todos los ámbitos y ángulos, tan a mano de todo lo que nos satisface, que no nos damos cuenta de lo que pueda existir más allá, aquello que nuestra mente no comprende porque no lo procesa. No tenemos tiempo…. ni interés.
Cuando explica el método de trabajo que ha seguido, comenta que enseguida se convenció de que el protagonista principal debía de ser un “clérigo”. Pero afirma que “me costaría interesarme en un personaje preocupado, exclusivamente, por la otra vida”. Y dibuja tres personajes religiosos con sendas distintas versiones de lo que representa la vida religiosa. Uno es la autoridad, el ansia de poder, personaje ambicioso, rencoroso, sediento de dominio, que no duda en usar a Dios y su palabra para medrar e incluso asesinar en su nombre. Otro, un monje corriente de un monasterio cualquiera, con un pasado horrible por el que lucha con todas sus fuerzas para obtener el perdón y por el que aquel clérigo primero le hace chantaje, obligándole a hacer cosas que él repudia. Y por fin, el tercero, que es un personaje “preocupado exclusivamente por la otra vida, una persona con una fe muy práctica y realista, con un interés por las almas de los demás en esta tierra y no sólo en el cielo”. A pesar de que intenta reflejar la sociedad del siglo XII, no es nada nuevo que nos pueda asustar ya que hoy en día estamos en la misma tesitura. Hay poderes ocultos en la Iglesia actual con unas ambiciones tremendas, incluso entre el cardenalato, muchos sacerdotes llevan impreso en su frente el remordimiento por hechos execrables realizados en el pasado y otros, la mayoría, no lo olvidemos, que luchan día a día por servir de ejemplo a la sociedad que les rodea, aún a pesar de su indiferencia.
Por último, en la introducción del libro, explica las relaciones con las editoriales de los distintos países, dejando claro que el éxito no fue rotundo ni en todos los países por igual. Hace mención aparte en uno de ellos, Alemania, donde las ventas estaban siendo “moderadas” (50.000 ejemplares semestrales), pero el editor, un tal Fritzsche le auguró que con un par de cambios en la portada y en el diseño, sería el autor más leído en Alemania.
Y Ken Follet no creyó que eso fuera posible, sin embargo, Fritzsche tenía razón. Contrató a un diseñador profesional que hizo bien su trabajo. Y Follet comenzó a creer cuando le fueron llegando las cuentas de los “royalties” y percibió que los de los “Pilares de la Tierra”, eran, aproximadamente, en todos los países, el doble que en el resto de sus obras tan exitosas. Se ha llegado ya a la cifra de 50MM de ejemplares vendidos en todo el mundo. Ya lo dice Juan 20.27 en su evangelio: “No seas incrédulo, sino fiel”. Pues, eso. Hubo un signo, el dinero, que le hizo admitir algo en lo que no creía. Como en la conversión de San Pablo. En su caso, se cayó del caballo porque eran cada vez más grandes las alforjas.
Ayer estuve viendo un espectáculo maravilloso. Un montaje brillante, unos decorados espléndidos, un elenco de actores admirables con unas voces sobresalientes, una dirección escénica muy correcta, aunque mejorable, y una partitura musical vibrante que nos tuvo pegados al asiento durante casi tres horas, aunque el sonido fallase más de la cuenta y, a ratos, no se les entendía. Un trabajo rutilante que no dejó indiferente al público asistente que llenaba el Euskalduna. El propio Follet decía ese mismo día en un periódico local que estaba encantado con la puesta en escena y su desarrollo, pues reflejaba fielmente lo que se narra en la ingente obra. Por eso su larga duración.
Y hablando de pilares, en esta superproducción hay uno que destaca y es su música. La partitura, perfectamente ensamblada e interpretada, se convierte en un personaje más de los 27 que se mueven por el escenario. Tanto la música que expresa la orquesta como las canciones que los actores interpretan, sobre todo los personajes femeninos con sus magníficas voces, están cargados de emociones, dando lugar a momentos vibrantes tanto a nivel individual como en el canto coral. Aunque, a mi parecer, después de ver y oír unos cuantos musicales, me da la impresión de que todos siguen un “leitmotiv”, que, por momentos, la música parece como si ya te sonara de antes, como repetida. Aunque no deja de ser sobresaliente.
Para aquellos que no hayan leído la novela, ‘Los pilares de la tierra’ es una historia épica ambientada en la Inglaterra del siglo XII, durante la época en la que Inglaterra se colmaba de luchas intestinas por conseguir el trono. La trama está centrada en la construcción de una catedral medieval en la ciudad de Kingsbridge, donde se entrecruzan las vidas de distintos personajes en un fascinante mundo de reyes, clérigos de variada condición, damas, caballeros, pugnas feudales, castillos y ciudades amuralladas. La protagonista de la novela es Aliena, una noble, valiente y decidida mujer, cuya vida se ve destrozada tras el desmoronamiento de su familia. A lo largo de la trama, ella luchará incansablemente por sobrevivir, enfrentándose a la violencia feudal, los conflictos de poder y las luchas por la supremacía entre nobles, reyes e Iglesia. Paralelamente, los destinos de varios personajes se entrelazan, como el de Tom Builder, un jefe de obra cuyo sueño es construir una catedral gótica en Kingsbridge. ¿Lo conseguirá? En la novela, con visos de histórica, está la respuesta.
Todo ello me anima a aconsejaros no sólo a ver esta superproducción, sino también a leer la novela porque es muy buena, su triunfo es que está bien escrita y tiene un final bien resuelto, acorde con la genialidad de toda la obra. El autor os estará muy agradecido cuando le llegue la “Hoja de liquidación por ventas”.
Para finalizar y para estar conforme con aquellos que piensen que le tengo envidia (la envidia sana no existe, no os lo creáis), os dejo una frase que dijo en la entrevista que venía el día de ayer en el susodicho diario bilbaíno: “La gente recordará nuestra época y pensará en lo estúpidos que fuimos”. Con la que está cayendo en este puñetero mundo, estoy de acuerdo con él.