Javi Campo

De turismo por la Asturias profunda.- Parte 1ª

Iba a ser un viaje turístico distinto, poco habitual. Una mayoría de las personas, entre las que me incluyo, cuando tienen intención de ir a visitar Asturias, piensan en las bellas localidades costeras que esa autonomía alberga. Poblaciones como Candás, Llanes, Lastres, Cudillero, Tazones, Castropol te inundan de olor a mar Cantábrico y luz entre sus calles, generalmente estrechas y recoletas, sus paseos por sus puertos singulares por donde te cruzarás con personas amables, sencillas y muy parecidas a las de la costa vizcaína. Asturias es costera por naturaleza.
Pero en esta ocasión, no era ésta nuestra intención aunque visitamos alguna de ellas. Asturias también tiene un terreno, un viejo mundo por explorar, un mar interior marcado por los distintos tonos de verde en vez de los azulados del agua marina. Y era ese mar de olas pintadas de verde, de montañas y valles profundos iluminados por el sol, donde es el astro rey el que marca los tiempos, el que queríamos hollar, empaparnos de una naturaleza que cada primavera sobrevive al invierno más crudo, adentrarnos en unas sendas escondidas a los ojos de quien sólo ve pero no observa, un nuevo universo que se va abriendo ante nosotros y que está aún por explorar en su mayor parte y para una mayoría de la gente.
                                                       Imagen de Espinaredo

Quizá ya conozcamos pueblos como Bulnes a donde sólo se puede llegar en funicular o andando, o Camarmeña con sus casas que parecen colgadas de la montaña de la que hay que ser aficionado sí o sí . Pero si te digo pueblos como Taramundi, Navelgas, Bermiego o Torazo, quizá me preguntes que ¡dónde cae eso! Estos pequeños pueblos de habitantes apegados a ellos como las lapas que se encuentran en las playas de Llanes, donde la vida sigue aunque no lo parezca, donde las vacas sestean incapaces de comer todo lo que tienen a su alcance en los pastizales inclinados que coronan las fincas, donde las mañanas todavía son frías hasta que el sol aparece entre los riscos de las montañas buscando los valles y el coro del alba rompe el silencio, allí, todavía, la vida late. La que se ve y la que cuesta ver si no te fijas.

En esta ocasión era este tipo de turismo el que nos interesaba y después de pasar la noche en el pueblo costero gallego de Ribadeo nos dispusimos a visitar los más recónditos pueblos de ambas comunidades autónomas, por donde se va pasando de una a otra sin solución de continuidad, territorios vecinos de horizontes comunes. Es imposible describir de manera detallada la cantidad de paisajes que hemos visto, con una naturaleza que se muestra cruel a mis ojos porque no admiten tanto color mientras ella se muestra indiferente a mis miradas. Bosques llenos de recursos, soberbios y elegantes, ríos que te arrullan con el sonido de su agua que corre fría lamiendo las orillas, caminos de pizarra desnudas sobre el suelo y frías ante un cansado sol al que todavía le cuesta calentar el cielo, árboles de todas las especies que desnudos y orgullosos muestran sin tapujos las cicatrices de su dura y larga vida, pastizales enjuagados que sirven de alimento a multitud de animales e insectos.
Nuestro penúltimo destino era un pueblo lucense que atiende por el nombre de Fonsagrada, camino primitivo de Santiago, no muy habitual, de entrada a Galicia y que destaca por sus monumentos megalíticos en sus alrededores. Allí habíamos quedado con un personaje del que luego hablaremos porque se lo merece. Pero antes llegamos a un pueblo de los muchos que hay en los alrededores que si por algo se destaca es por su Museo Etnográfico, una idea sublime que se le ocurrió colocar allí  a un tal José Mª Naveiras Escanlar, conocido como «Pepe El Ferreiro», un enamorado de su tierra que ha ido reuniendo y estudiando numerosas muestras de artesanía popular desde entonces, intención que fue bien acogida por todo el mundo desde que se enfrascase en esta incursión en un tiempo ya pasado, allá por el año 1984 y en el que participan todas las instituciones públicas asturianas con entusiasmo, para lo que han conformado un Consorcio que ostenta la titularidad. Este Museo ocupa la que fue la antigua Casa Rectoral de Grandas, que se rehabilitó para este fin, intentando respetar la arquitectura popular. En el museo se representan la forma de vida y las tradiciones de esta comarca, que hasta hace pocos años permenecían vivas y hoy ya forman parte de la historia.
El que caiga por allí o el que vaya expresamente a visitarlo, que no espere un Bellas Artes, un Guggenheim, ni ver un Goya en sus paredes, ni la Venus de Milo estratégicamente colocada. El diseño de su fachada e interiores no son de Foster, ni Gehry ni falta que le hace.  Son tres edificios solariegos a cual más bonito pero sencillos, de pueblo con elementos en el exterior perfectamente diseñados y colocados en su sitio, donde debían estar. El que se acerque a las puertas de este Museo retrocederá a su infancia, a lo que vió de niño cuando le llevaban al pueblo de sus abuelos a pasar las vacaciones de verano, aquellos utensilios que desconocía para qué servían y cómo se utilizaban. Aquí están todos juntos y en un perfecto orden imperfecto.
Si te parece demasiado largo o tedioso, deja de leer y contempla únicamente las fotografías que revelan toda la belleza que encierra este Museo alejado de las grandes capitales e incluso de conocidos pueblos. Está lejos, pero hay que ir y verlo.
El Museo Etnográfico de Grandas de Salime, que así se llama el pueblo que lo acoge, es uno de los museos más singulares de España. Y lo es porque, a su manera, ha sido pionero en rescatar para la exposición pública objetos y útiles de una vida rural que a menudo quedaba fuera de los motivos museísticos y no interesaba a los coleccionistas. Ocupa lo que fue la antigua Casa Rectoral de Grandas (La Casona), que se rehabilitó para este fin, conservando la arquitectura primigenia. En este amplio edificio se conjuga la nostalgia de utensilios que muchos hemos conocido, con el asombro para las últimas generaciones de jóvenes que apenas tienen idea de cómo se las apañaban en el mundo rural hace 70 años, cuando sus «aitites» eran niños o adolescentes. Los más de 11.000 objetos, y creciendo, que se encuentran en los varios edificios de que consta, se van mostrando mientras la memoria casi perdida sale al encuentro para rememorar tu propia infancia y juventud. Esto si has vivido en ambientes rurales durante alguna etapa de tu vida, en caso contrario, si siempre has sido un urbanita, la mayoría de los aparejos y cachivaches que allí se encuentran, te parecerán extraños, incluso inverosímiles o quizá hayas oído hablar de ellos en alguna ocasión sin entender para qué servían.
                                         «La Casona», rehabilitada para este fin.
Cocina tradicional, el lugar más importante de la casa. En ella se realizaban la mayoría de las actividades domésticas

Su ubicación de frontera entre las tierras gallegas y asturianas enriquece aún más este legado permanente. De ambos lados de la muga autonómica, van llegando enseres, unos donados, otros comprados, para colaborar en la memoria colectiva de una comarca grande, orográficamente complicada y culturalmente muy prolija. El museo consta de cuatro edificios distintos y separados.

1.- La Casa Rectoral y el Corral. Después de entrar en el cobertizo donde se almacenan y protegen los aperos propios de una casa agrícola o ganadera, se pasa al corral en dirección a la Casa Rectoral donde, por habitaciones, se distribuyen las distintas dependencias de la casa: en la primera planta nos encontramos con la cocina, el lugar más importante de la casa, la sala donde se realizaban los pocos actos sociales existentes, al fondo el dormitorio del matrimonio con cama, cuna, un andador y una bañera de zinc, el almacén de aperos en el piso de abajo, destilería y bodega, dormitorio para los hijos y los abuelos, varios tipos de «inodoro», cuadras y construcciones auxiliares como hórreo y panera. Los objetos inanimados cobran cierta vida y sentido agrupados por temáticas, actividades o lugares específicos del hábitat rural y la casa tradicional.

Cobertizo donde se almacenaban los aperos de labranza, con carros, arados, guadañas, trillos.

          «Kakaleku» elegante que se encuentra al final del corredor de acceso a la vivienda.

Sala textil con varios telares, sus fibras, lanas y lino, que nos ayudan a comprender su utilidad, tanto para la indumentaria habitual como para el ornato de la vivienda. 

Salón de la casa donde se celebraban todo tipo de actos sociales, los alegres: bodas, bautizos, comuniones y banquetes en las Fiestas Mayores. Y los menos alegres como cuando alguien se ponía enfermo y se recibía al médico, o al cura que traía el viático o donde se velaba a los muertos de la familia.  

El bajo de la escalera se ocupaba con la zapatería, con su banco de trabajo, herramientas, patrones, máquina de coser y estantería con el material que ofrecía el zapatero a su clientela.

Al lado de la zapatería está la sala «de la madera». Utensilios para cortar árboles en el monte, la caja de carpintero y su banco de trabajo, cestería, toneles y diversas clases de madera existentes en los alrededores.

Bodega de la casa donde no sólo se conservaba el vino sino también los embutidos y otro tipo de alimentos.

Y al lado, como no podía ser de otra forma, la cantina donde se reunían los parroquianos para, con un vaso en la mano, enterarse de las noticias que hubiere, a comentar lo sucedido durante el día y siempre había alguien que se arrancaba a cantar alguna tonada que animaba a los demás en un ambiente amigable.

                                                    Cantina y venta de utensilios y aceite

2.- Molino y casa del molinero

                                        Edificio donde, en sus bajos, se encuentra el molino.

El molino era un tipo de ingenio productivo de importancia capital para cualquier tipo de comunidad. Además, si era hidráulico, reunía una serie de ventajas que lo convertía en indispensable:- Con él se hacía la primera materia prima, base de la alimentación, que es la harina, prácticamente no tenía coste, aportaba riqueza y prestigio a su dueño y servía de inspiración a todo aquel que cultivaba las artes literarias como fuente de cuentos, relatos, folcklore, etc…Durante la visita se puede ver a uno de ellos en funcionamiento.

 Aquí vemos los mecanismos de rotación del molino hidráulico trabajando en ese momento. La fuerza del agua se transformará en energía que moverá los mecanismos del molino.

          Diversos mecanismos de molienda y ruedas de rotación.

3.- La casona y su entorno.-

Cuando accedemos a la casona, inmediatamente nos damos cuenta que está dedicada al sector servicios en el mundo rural, descubriendo imágenes ya casi olvidadas del pasado y que para los más jóvenes parecerán extraños y muy lejanos en el tiempo. Ésta será la mejor manera de visualizar el momento histórico que vivieron sus padres y abuelos en sus pueblos euskaldunes, castellanos o extremeños.

Lo primero que vamos a ver al penetrar en el recinto es la tienda de ultramarinos, lo que se llamaba el colmado, porque estaba hasta arriba de cosas, materiales, ingenios, utensilios, comida. Eran los antecedentes de los grandes centro comerciales de hoy en día. Era droguería, kiosko de periódicos y revistas, cafetería, tienda de alimentación y bebidas, mercería, ferretería. En estos establecimientos se vendía y compraba cualquier cosa necesaria para la subsistencia diaria, se tomaba un café de charla con los compadres y vecinas, y los niños, los que podían, adquirían y disfrutaban de «las chuches».

El colmado o ultramarinos donde se podía acceder a la compra de lo más habitual hasta la última novedad del mercado.

Al otro lado del vestíbulo tenemos las habitaciones dedicadas a la salud: el rincón del herbolario, el mueble del óptico o el despacho del dentista con todos sus elementos de «tortura».

 Perfecta estantería de óptico con todos los elementos apropiados para desarrollar un trabajo eficiente.

               Despacho del dentista que para que conste, se llamaba D- Tomás Fernández Linera

Consulta médica cedida por el que fue su médico durante 38 años donde se atendía a las familias que trabajaron en la central eléctrica y a muchos vecinos de Grandas que acudían en busca de curación.

En la misma casona, al entrar por la puerta de la derecha, nos encontraremos en el túnel del tiempo, nos veremos a nosotros mismos sentados en cualquiera de aquellos pupitres, nos recordaremos cantando un obligado «Cara al sol», recordaremos aquel mapa donde aprendimos a situar las distintas provincias, y los ríos más importantes con sus afluentes. ¡Quién no ha buscado en uno de esos mapas el recóndito pueblo de sus ancestros! ¡Quién no ha mirado por la ventana añorando la hora de salida para «robar» unos higos o «matar» unos chimbos o ir a coger cangrejos al cercano riachuelo! ¡Quién no ha probado la regla del maestro por hablar con el compañero de pupitre o hacer alguna travesura! Pues está, tal cual, la mesa del maestro, su sillón, mapas, láminas, libros, el «catón», los cuadernos de «Rubio», el mapamundi, un crucifijo,  el cuadro con la foto del inevitable dictador, la bandera preconstitucional española del águila, el yugo y las flechas. El tipo de enseñanza que se impartía tenía más que ver con el adoctrinamiento al régimen que otra cosa, pero la enseñanza, con muchos maestros y maestras supo abrirse paso para hacer a las personas más libres y con pensamiento propio. Nada que haya desaparecido de nuestra memoria y que los jóvenes ni se lo imaginan.

                        Típica aula de escuela de los años 50 del pasado siglo. ¡Cuántos recuerdos!
En otra habitación nos topamos con un espacio dedicado a las almadreñas. Muestra desde los elementos para su fabricación, como el banco madreñero, utensilios con un amplio repertorio de tipos asturianos, gallegos, cántabros e incluso europeos muy parecidos.
En el mismo edificio pero en otra habitación nos podemos encontrar con la sala de pesos y medidas con las que se hacían las transacciones entre las personas
                                          ¡Quién no se acuerda de las romanas!
Y así llegamos a un maravilloso lugar muy bien recreado para el acicalamiento personal como es la barbería de mediados del siglo XX. Vamos a poder distinguir todos los elementos que utilizaban los barberos de aquel entonces y que recordaremos desde el mismo momento en que nos ponían una especie de sábana alrededor del cuello y te preguntaba el profesional: ¿De qué quieres hablar, chaval? De Futbol, boxeo, toros, variedades…..Sabían de todo y su conversación, mientras hacían su trabajo, se antojaba amena y distraída.
                   No le falta ni un detalle. Las dos que había en Grandas desaparecieron con la jubilación de los propietarios
Y lo que no podía faltar en una época en la que la Iglesia marcaba el paso de una sociedad encorsetada, mucho más en el mundo rural más tradicional y que después se ha mostrado contraproducente por el hastío que produjo. Pero siempre hay que guardar un hueco para lo espiritual.
Pequeño retablo con figuras de diversos santos, exvotos y dos distintos tipos de confesonarios.
                      Incluso un ataúd tiene la capilla en su interior. No le falta detalle.
Y sí, la casa también tenía una fábrica de gaseosas y sifones para la producción de esta bebida refrescante. La de este pueblo de Grandas, la llamaban «La Grandalesa». No le echaron mucha imaginación al nombre.
                      Embotelladoras en la Fábrica de gaseosas y sifones. 
4.- Exteriores del Museo.-
Una vez fuera de los distintos edificios, nos topamos con otro tipo de construcciones bien visibles y que nos despiertan la curiosidad, como el «cabazo» u hórreo típico que se destina a granero, en especial del maíz, los hórreos fueron durante siglos un elemento indispensable en las sociedades campesinas. La mecanización de las tareas agrícolas y los cambios en cultivos y costumbres hicieron que perdieran su función y con ella su razón de ser. Cada vez son menos los que resisten al paso del tiempo, como el que encabeza este artículo, de Teixeira (Grandas de Salime), uno de los pocos con cubierta de paja de centeno fijada con envarado de ramas de brezo (beo) que se conservan y que se mantiene gracias al esfuerzo de renovación de sus propietarios, el «cortín» que es el recinto en el que cuida a las abejas y se las protege del ataque de los osos, del fuego o de los robos y que tan característico es del occidente asturiano, o el palomar que daba, al que lo poseía, reconocimientos y prestigio social.
   Cortín típico asturiano para el cuidado de las abejas cubierto con pizarra y el columbario.
Seguro que nos hemos dejado muchas cosas en el tintero, es decir, en el móvil porque es este artefacto el que en la actualidad hace de Diario de «a bordo» por la cantidad de fotografías que se hacen con él y que luego nos sirven de recordatorio ordenado de lo visto. Este museo es mucho más de lo aquí expuesto porque es algo vivo, no es un ente inanimado, ya que se celebran en él acontecimientos especiales, como muestras o exposiciones de fotografía, talleres formativos de ferrería, tornería o forja para niños y adolescentes. Yo he visto en un par de ocasiones el Museo Etnográfico de Artziniega, me ha encantado en las dos ocasiones que he ido, creciendo e innovando, pero éste de Grandas es mucho más, si tienes oportunidad de pasar por este pueblo, no dejes de verlo, no te arrepentirás.
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Javi

Sobre mí

«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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