Javi Campo

Viajando por los dos Egiptos

Un viaje turístico y cultural puede delatar, en su transcurrir, dos caras, dos vertientes contradictorias que terminen por desvirtuar el fin del mismo.

No era mi intención tener como destino de nuestro viaje cultural anual, Egipto. No estaba dentro de mis prioridades viajeras a pesar de la insistencia de algunos amigos que, habiendo estado ya, contaban las maravillas de aquel país. Habíamos decidido en el 2019 hacer un viaje a Escocia, lugar, para mí, mucho más atrayente aunque no tenga una cultura tan milenaria. Ya lo teníamos programado y semipagado. Pero llegó la pandemia, y un nanogramo de bichito en forma de virus nos fue zarandeando de un lado para otro y las informaciones con las que nos machacaban los informativos nos dejaban cada vez más aturdidos y confusos.

Y llegó lo que nadie quería. El viaje, imperativamente, hubo que retrasarlo, una y otra vez, de manera reiterada, un trimestre, un año, dos años…Mientras tanto, nos recluimos en la prisión en la que se convirtió nuestra propia casa tratando de que no nos alcanzase y pasase de refilón el susodicho bicho. Muchos, demasiados, no lo han conseguido. Hasta que la Agencia, consciente de que Escocia no era el lugar más adecuado para viajar, nos dio diversas alternativas entre las que se encontraba Egipto, como si este país, por arte de birlibirloque, estuviese libre de la calamidad. Los países árabes no son de mi devoción, lo digo desde ahora, por lo que siempre había soslayado su visita. Pero tanto me insistieron diversas personas conocidas contándome las bondades de aquel país, que al final claudiqué y mi mujer y yo asumimos el riesgo de ir a un país que, sinceramente, y a priori, no hubiese ido nunca.
También soy consciente de que una mayoría de las personas que han visitado el país y de los que están deseando verlo me tomarán por un inculto al no tener argumentos más serios para razonar mi inquina por ciertos países. Pero esto es como al que no le gusta comer algo que a todo el mundo encanta, por ejemplo, los percebes. Pues sí, hay a personas a las que no les gustan estos crustáceos tan sabrosos. Pero mi temor atávico por los países árabes y sus habitantes podría proceder de cuando, de niño, leía con fruición las aventuras de Las Cruzadas luchando contra el sarraceno infiel. Ya desde entonces me caen mal. Está dentro de mí ese rechazo y este viaje, lo digo desde ahora, no ha coadyuvado a superar mis fantasmas sino que los ha incrementado.
Por fin, en una aciaga e infausta decisión, (ya se verá después porqué digo esto de manera tan tajante y contundente) nos dispusimos, eso sí, con la mejor actitud a romper todos nuestros recelos y viajar al país de la milenaria cultura. Estaba dispuesto a deshacer todas mis desconfianzas, mis temores, mis miedos y mis pesimismos. Quizá quien esto lea haya hecho un mohín de desagrado ante mis palabras pero me consuela el que, aunque en minoría, hay personas que piensan más o menos como yo, aunque ni ellos ni yo nos arrepintamos de haber tomado, en un momento determinado, la decisión de ir. Podía subirme al carro de las alabanzas, deshacerme en elogios sobre lo visto y vivido pero sólo lo haré cuando, a mi juicio, el momento, la situación y lo visto, lo haya merecido.
Una vez realizado el periplo turístico de 11 días he podido llegar a una serie de conclusiones que sólo han reafirmado mi posición inicial. Este destino de una gran experiencia cultural ha sido un viaje de dos caras y que, a modo de resumen, diré que he pasado de ver, en el mismo día, los enseres, las cosas, los edificios, los templos, más inverosímiles hechas por la mano humana con los cuales mi capacidad de asombro ha llegado a los límites más insospechados, a convivir con la pobreza más absoluta, la miseria, la suciedad, el caos urbanita, la anarquía circulatoria más exasperante que me ha sorprendido todavía más por lo inesperado. He podido comprobar la eficiencia y simpatía de los empleados de la hostelería pero también la pesadez más absoluta de los vendedores callejeros forzando situaciones lamentables. He visto lo nunca visto, los museos, las momias, las pirámides, la esfinge y he podido tocarla, he recibido los conocimientos de los mejores egiptólogos, he navegado por el río Nilo, buscando la calma y el relax total pero he visto a niños, muchos niños, en la calle, sin nadie que les proteja, sin guía que les acompañe a la escuela, sin porvenir.
Tanto cuando íbamos en el autobús como cuando hemos tenido la oportunidad de caminar, hemos podido percatarnos del bajísimo nivel de vida que tienen en un altísimo porcentaje por lo que puedo afirmar al igual que las Naciones Unidas que los egipcios tienen una mala calidad de vida. Todo ello acrecentado por la percepción que los propios habitantes del país tienen sobre la corrupción del sector público que es muy alta. De esto no nos han hablado para nada los guías, quizá no es su misión, sólo destacar lo bueno, pero simplemente hay que tener ojos para verlo y sentirlo, de la misma manera que hemos visto y sentido el imán que ejercen las pirámides o las estatuas de Abu Simbel.

De la misma manera, hemos podido comprobar, si lo miramos de manera egoísta, de manera positiva para nosotros, la ausencia de turismo. No hemos tenido que hacer cola en ningún sitio de los que hemos visitado. Hemos estado solos. Los acontecimientos violentos de unos años atrás y la pandemia por el COVID-19 han ahuyentado a un altísimo porcentaje de turistas que en otra situación hubiesen venido y el turismo es nada menos que el 12% del PIB de Egipto. No obstante, Egipto ha demostrado en repetidas ocasiones una gran capacidad de recuperación del sector, entre otros motivos por la unicidad histórico-artística de su oferta, de modo que es de esperar que el sector no tardará en volver a situarse en los niveles de visitantes y de ingresos por divisas que había alcanzado antes de la Revolución.

He tenido la oportunidad de percibir los dos Egiptos, si sólo hay dos, que yo diría que existen más. He podido apreciar la autenticidad del antiguo Egipto conocido hasta ahora y lo que les queda por descubrir debajo de las arenas del desierto, y lo que ocurre hoy mismo en la calle, sobre todo de su capital El Cairo.

En definitiva, me ha quedado un sabor agridulce, una duplicidad de sentimientos, agravado por mi estado físico que ha sido deplorable por las diarreas (cuidado con el agua). Por eso y por todo lo ocurrido, puedo afirmar categóricamente que me alegro muchísimo de haber ido para tener clarísimo que, aunque me inviten, no vuelvo a Egipto. No es mi lugar. Si quiero empaparme de la cultura egipcia, me compraré el National Geographic o veré los vídeos que tan profusa y continuamente están difundiendo nuestras televisiones.

Soy consciente de que muchos que han visitado Egipto no estarán de acuerdo conmigo, pero el que quiera tener ojos para ver, que vea. Y esto es lo que yo he visto.

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Javi

Sobre mí

«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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