Javi Campo

Einstein en la picota

Albert Einstein es uno de los científicos más afamados del siglo XX debido, sobre todo, a su archiconocida Teoría de la Relatividad que revolucionó la ciencia hasta entonces conocida, aunque no fuera por ella por la que consiguiese el Premio Nobel de Física en 1921 sino por sus investigaciones sobre el "Efecto fotoeléctrico". Indudablemente este hombre fue una de las mentes más privilegiadas que nos ha dado la humanidad. Pero como todo ser humano, tenía una cara "B", un lado más oscuro que no se conoce porque no interesa que se conozca no vaya a ser que se nos caiga el "sombrajo" de nuestros ídolos o héroes. Einstein era un iconoclasta que nadó contracorriente durante toda su vida, un impertinente, inconformista y sentía animadversión a todo lo que oliese a dogma.

Iba por libre, desde joven ya se creía estar por encima de los compañeros a los que desafiaba por su capacidad intelectual, de naturaleza rebelde, consiguió que le echasen de clase porque ponía al resto en contra de los profesores, a los que desesperaba por sus faltas de respeto. Ni siquiera seguía la moda o las normas de higiene y aseo. Todo un personaje al que se le perdonaba todo por la enorme capacidad intelectual que poseía.

Hace un par de semanas, leyendo la lista de libros más vendidos en el Estado español, entre las obras de «no ficción«, me llamó la atención el título del nº 1. Estaremos todos de acuerdo en que Dios, hoy en día, no está de moda. Los años en que la religión era una de las asignaturas más importantes del curriculo bachiller, han dejado muchas heridas y cicatrices en nuestra mente y no les hemos querido traspasar a nuestros hijos ese mismo legado, apartando de su educación la religión por lo que muchos de nuestros jóvenes ni siquiera han oído hablar nunca de Dios y su concepto.

El título del libro es «Dios.-La ciencia.-Las pruebas (El albor de una revolución). Los autores son un tal Michel-Yves Bolloré, ingeniero informático, y Olivier Bonnassies, con estudios superiores de comercio y licenciado en Teología respectivamente. En este libro, tras tres años de intenso trabajo, nos ofrecen por escrito lo que, para ellos, pueden ser consideradas las pruebas de la existencia de Dios. ¡Ojo! Desde un punto de visto científico. En principio, sin nada que ver con lo religioso. Sin duda alguna, para alguien que tenga fe lo son, pero también pueden llegar a serlo para alguien que no la tenga, a poco que se esfuerce. Otra cuestión son los escépticos.

Pero ya tendremos ocasión de comentar el libro, al completo, cuando lo termine de leer que a día de hoy no lo he hecho. Por cierto, os animo a que lo leáis, porque es interesantísimo, seas creyente o no. No habla de religión, habla de ciencia, por algo se han vendido en Francia más de 250.000 ejemplares o eso es, al menos, lo que dice la Editorial. Me voy a fijar en una anécdota que en él se cuenta, que no dejaría de ser una simple anécdota si no tuviera como protagonistas a tan eximios personajes.

Como todos sabemos, Einstein, en mayo de 1905 redactó sus ideas en un estado de euforia extrema y envió su artículo para que fuera publicado pocas semanas después. Le otorgó un título (Sobre la electrodinámica de cuerpos en movimiento) que reflejaba su lucha por reconciliar las ecuaciones de Maxwell ( fue un matemático​​ y científico escocés. Su mayor logro fue la formulación de la teoría clásica de la radiación electromagnética, que unificó por primera vez la electricidad, el magnetismo y la luz como manifestaciones distintas de un mismo fenómeno) con el principio de la relatividad. Luego, más tarde, publicaría otros artículos abundando en sus soluciones a unos problemas algebráicos. Parece que, ciento dieciocho años más tarde, las teorías de Einstein siguen estando vigentes. Su «Teoría de la relatividad» es famosa por su predicción de fenómenos bastante extraños pero reales como, por ejemplo, el envejecimiento más lento de los astronautas respecto a las personas que vivimos en la Tierra  (esto se descubrió mucho después gracias a sus teorías, por supuesto)   y el cambio en la forma de los objetos a altas velocidades. Un equipo de investigación del Instituto Max Planck de Radioastronomía (MPIfR), en Alemania, ha probado nuevamente y de manera precisa que Einstein tenía razón.

Es esto posible cuando ya hace más de 100 años otro científico y matemático, Alexander Friedmann, no tan famoso pero sí tan inteligente, demostró que Einstein «no había ido hasta el final» de la lógica inducida por sus propias ecuaciones. Fue en 1916 cuando presentó la Teoría General de la Relatividad en la que reformuló por completo el concepto de «gravedad«. Einstein estaba convencido de que el universo era «fijo» y «desde siempre«. Pero si se estudian a fondo sus propias ecuaciones de la relatividad, éstas demuestran todo lo contrario que «el universo está en expansión«, que «el cosmos no es fijo ni eterno» por lo que tuvo que tener un comienzo en un pasado muy lejano. En aquel momento, para él, «ese resultado era absurdo«.

     Alexander Friedmann

Einstein no da su brazo a torcer e introduce en sus cálculos una constante que él llama «constante cosmológica» con lo cual pretende reafirmarse en sus cálculos de que el universo es «estático«.

Seis años más tarde tiene que ser Friedmann, acompañado por sus amigos Tamarkin y Kretkoff, el que descubra el engaño que suponen esos datos. Se dedica a separar el polvo de la paja en las ecuaciones «einsteinianas» y se encuentra con que esas ecuaciones de la «relatividad general» con un resultado final correcto, conducen a un «universo dinámico«, y no «estático» que es la conclusión «errónea» a la que llega Einstein porque era a la que quería llegar.

Friedmann, a pesar de los consejos que le dan sus colegas de que deje el estado de las cosas como están, decide publicar sus conclusiones el 29/6/1922 en la revista más leída de la época. Y, claro, Einstein, que no conoce de nada a Friedmann y al que le acaban de conceder el Premio Nobel, también lo lee, monta en cólera y publica unos meses después su réplica mordaz poniendo en duda los resultados obtenidos por su contrario tachándolos de sospechosos.

Friedmann acusó el golpe. Refutar, y más en aquel momento, las teorías de Einstein sobre un «universo estático» que entonces coincidían con las del Partido Comunista ruso, era una temeridad. Pero no se escondió. Con la ayuda de uno de sus alumnos aventajados, Vladimir Fock, redactan un texto y le envían la misiva a Einstein en la que le presentan sus propios cálculos que demuestran un «universo en expansión«. Y le piden que «si esos cálculos los encuentra correctos que publique una rectificación de su anterior nota o bien las partes más interesantes de la carta que ellos le envían«.

El 7/5/1923, Einstein se presta, por fín, a repasar las ecuaciones de Friedman que corrigen las suyas, y se convence de que son correctas y las suyas, no. No le quedaba otra que entonar el «mea culpa» y pasar por la verguenza de escribir a la misma revista que publicó sus teorías y anunciar el 29/6/1923 su rectificación con estas palabras:» El señor Krutkoff y una carta del señor Friedman me convencieron: mi objeción se basaba en un error de cálculo. Reconozco los resultados del señor Friedmann como correctos. Aportan un nuevo enfoque«.

¡Einstein, el rebelde e iconoclasta, reconocía de manera clara y contundente un error en sus cálculos! En ese momento nació la «cosmología moderna«. El universo no existe desde siempre, tuvo un comienzo y tendrá un final. Y estos hechos ya se plantean en «términos científicos«. Einstein está ya tan convencido de un universo en expansión que, a preguntas de uno de sus alumnos, le contesta:» Quiero saber cómo Dios creó el Universo. No me interesa tal o cual fenómeno, tal o cual detalle. Lo que quiero conocer es el pensamiento de Dios«. Estas ideas tan insensatas a principios de los años veinte del pasado siglo empiezan a calar en la sociedad de la mano del mismo que antes las negaba. Y es la primera vez que Einstein mezcla a Dios con la ciencia, la ciencia se torna en una nueva aliada de Dios.

La oficina de Albert Einstein en Princeton, fotografiada horas después de su muerte tal y como la dejó el ganador del Nobel, en Princeton, Nueva Jersey, el 18 de abril de 1955.

Pero no habla para nada de religiones, ni asocia la idea de un Dios a ninguna religión. Es sólo ciencia. Einstein empezó a rechazar la religión organizada, explicando que lo que había aprendido leyendo textos científicos le había convencido de que las historias de la Biblia no podían ser verdaderas. Sin embargo, Einstein sí creía en una presencia superior. Como explicó en una ocasión, más allá de los intentos humanos por entender la naturaleza: «existe algo sutil, intangible e inexplicable». «Mi religión consiste en la veneración de esta fuerza más allá de todo lo que podemos comprender«. ¿Se puede afirmar, entonces, que Einstein era creyente? Yo tengo el convencimiento de que sí, aunque alejado de toda comunidad religiosa.

Estas ideas, que ya comulgan claramente con las de Friedmann, plasmadas en las revistas y pronunciadas en la universidad le crean dos poderosos enemigos: La alemania nazi que le llama» renegado» y la Unión Soviética. Los nazis ponen precio a su cabeza con recompensa incluida a quien lo entregue. Einstein toma la única decisión que le conviene para salvar su vida. Se marcha a E.E.U.U. y no volverá nunca más a Europa. Muchos otros científicos le siguieron. Los nazis del III Reich proclaman con entusiasmo que «le han dado una patada en el culo» para que se marche.

Casi 50 años más tarde, un tal Andrei Sajarov, Premio Nobel de la Paz y llamado «el padre de la bombra H«, se une a la «singularidad de Friedmann» negando la eternidad de la materia. Pretende demostrar, como Friedmann, que «el universo es finito tanto en el pasado como en el futuro«. Es una razón más para que los líderes de la Unión Soviética ordenen su detención y confinamiento en un apartamento de Nizhny Nóvgorod. Para la URSS comunista es impensable la idea de «un Dios» que crea un universo finito y su pretensión es destruir a todo aquel que lo proclame.

          «Gracias, Andrei Sajarov», homenaje a Sájarov pintado en 1990 en el muro de Berlín.

De estos hechos he sacado tres conclusiones:

1.- Einstein tuvo que hacer uso de ciertas trampas matemáticas para llegar a conclusiones erróneas, aunque con posterioridad tuvo la caballerosidad y la hombría de rectificar y pedir perdón por sus errores.

2.- La ciencia, y por lo tanto los científicos, aunque ha avanzado una barbaridad y a una velocidad increible, todavía se puede considerar «en pañales» hasta que se llegue, realmente, a explicar y explicarse todo lo que ocurre en el universo. De manera contínua están saliendo hipótesis que desdicen la teoría anterior que se daba por irrefutable.

3.- No se necesita a nadie, ni a sacerdotes y religiosos, ni siquiera a los científicos y su ciencia, para creer o no creer en Dios. Es cuestión de fe. O se tiene o no se tiene. Aunque muchos no es que no la tengan, es que están muy cómodos en la idea de no tenerla. Eso les crearía compromisos que no están dispuestos a asumir.

Mientras tanto, bueno es que los científicos aporten pruebas «científicas» de la existencia de Dios.

 

 

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Javi

Sobre mí

«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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