Javi Campo

El profesor de literatura

Estando todavía sumergido en la niñez, ingresé en un internado donde pasé casi toda mi adolescencia. Tengo que decir que lo pasé bien.

No tuve que sufrir ninguna de las aberraciones que se cuentan de sacerdotes acosadores, bulling por parte de compañeros, palizas por parte de profesores hijos de su tiempo. Ellos hacían su trabajo y yo trataba de empaparme lo más posible de sus enseñanzas, eso sí, a través de la ley del mínimo esfuerzo.
Entre los profesores estaba el que nos daba literatura. Hombre todavía joven, alto, enjuto, con gafas, de gesto serio y que trataba de inculcarnos la importancia de la lectura como medio de aprendizaje para la vida que se nos abría como un melón maduro.

Uno de los trabajos que debíamos hacer habitualmente era escribir una sola cuartilla sobre un tema que él nos daba: El mar, la tormenta, una farola, la playa, una bicicleta, cualquier tema era bueno para desarrollar nuestras capacidades de observación e inventiva. A la vez, procuraba que nos presentásemos (era obligatorio) a algunos concursos literarios para adolescentes que en aquellos tiempos había varios y variados. ¿Quién no se acuerda del Concurso de Narración de Coca-Cola para escolares de Bachillerato?

Y, aunque para el profesor no era el mejor de la clase y lo más probable es que tuviera razón, gané varios de ellos. De manera especial me acuerdo de uno que se convocó en Santander. Corría el año 1966, yo tenía 14 años, a través de la T.V. que escasamente veíamos, dieron la noticia de una erupción extremadamente explosiva en el volcán de Izalco situado en el país centroamericano de “El Salvador”. Y dentro de la noticia, como dato relevante se informaba que los equipos de salvamento, gracias a los continuos gemidos de un perro, los Servicios de Emergencia pudieron rescatar aún con vida a su dueño. Con estos datos construí una historia dialogada que ganó el Certamen a juicio del jurado.

El ir a la capital de la provincia a recoger el premio que consistía en una medalla y 200 pesetas fue un acontecimiento para mí, por algo lo conservo nítidamente en la memoria. Eso sí, las 200 pesetas del premio sirvieron para pagar al taxista que nos llevó y nos devolvió al Colegio sanos y salvos. Aún conservo la medalla.
Estoy convencido que este reconocimiento prejuvenil fue el germen que prendió posteriormente en la tierra fértil que me ha llevado a seguir amando la literatura derivando ésta hacia la investigación histórica puesta en papel al servicio de la comunidad.

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Javi

Sobre mí

«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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