Javi Campo

Locura idiomática

¿A dónde nos conduce este nuevo lenguaje que los “medios” y alguna política iletrada nos han impuesto y que los que tenemos una cierta edad tenemos que aceptar y/o soportar? Aunque no se pueda vivir de espaldas al tiempo porque el idioma debe ser algo vivo, no tiene por qué ser estático, pero tampoco puede ser un cajón de sastre (desastre) donde vale cualquier ocurrencia que se le venga a la cabeza a cualquier/a indocumentado/a y que se haga viral (virológico, virulento, purulento, sinónimos) en las archifamosas redes sociales. Hay muchas más palabras que éstas que indico en las siguientes líneas. Pero para muestra vale un botón. No le busquen significado al relato; no tiene ninguno.
Sede Real Academia de la Lengua

Toda una semana de trabajo esperando la llegada del finde. Cambiar  las rutinas, abandonar el streaming por un momento, escuchar en soledad la banda sonora de mis pies haciendo running que me permita desconectar cuando al cansado sol le cueste ya calentar el cielo, llegue la noche y su acompasado sonido rompa la quietud que me rodea. Atrás voy dejando el entorno al que pertenezco y mientras me adentro en un bosque inanimado, arrastro mis pies entre la espesa alfombra de hojas. Me abstraigo. Me fundo con el paisaje que va perdiendo punch  según van cayendo los colores. Y, por momentos, mis sentidos estimulados por un entorno fantástico y sorprendente, comienzan a manejar un banquete de nuevas sensaciones como si estuviese presente en una exposición inmersiva. Y me estremezco mire hacia donde mire forzando ya la mirada.

Una serie de imágenes grises me acompañan y me cercan. Son con las que a diario nos bombardean las mass media. Y pienso que nos estamos cargando el planeta, que en breve no voy a tener un lugar donde aislarme del buenismo de gentes que no merecen la pena, del postureo de personajes que no engañan a nadie, de las guerras y guerrillas unas del machismo reinante y otras del hembrismo emergente, dos caras distintas de la misma moneda, porque la sostenibilidad  de la que dependemos se está yendo al carajo y porque hemos sido incapaces los humanos y las humanas de cubrir nuestras actuales necesidades sin comprometer los recursos básicos de las generaciones futuras.

¡Tan difícil es el utilizar la conectividad entre personas sin tener que usar los medios materiales que la informática ha puesto a nuestro servicio y no al revés! Si a ello le sumamos la organicidad que nos marca la naturaleza, podríamos llegar a desechar por completo los lujos identitarios de los que hacen gala los papichulos. De esta manera no tendríamos que estar inventando zascas ni trampantojos que sirvan de engaño visual para aquellos que les guste guasapear o conflictuar con alguien al que ni siquiera conocen con la intención de hacerlo viral y trending topic y ganarse una pasta porque, por arte de birlibirloque, tontos ha habido siempre,  se han convertido en influencer.

Esto no quita para que algunos miembros y miembras del género humano, de esos que viven en un casoplón y que además de tener esposa o esposo tienen amigovios y amigovias, estén todavía hoy en día a gusto en situaciones en las que el sexismo lo inunda todo, la cosificación no esté mal vista y que la sororidad les suene a lenguaje chinesco. Pero son los primeros, el capitalismo más irruptivo se impone, en monopolizar la tecnología más disruptiva, ya que aparece como un avance que transforma todo lo que parece viejo en precario, cuando lo ideal sería todo lo contrario, que el cambio sea inclusivo para alcanzar una resiliencia donde la persona se pueda adaptar de manera positiva a las situaciones adversas.

Pero si lo que de verdad queremos es homogeneizar esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, quizá debiéramos estar buscando una lideresa, una coach que no nos conduzca hacia la distopía catastrofista a través de la transversalidad, empezando por desterrar  la aporofobia como medio para llegar a una paz que signifique igualdad entre géneros y de clase para que, de esa manera, el máximo de personas puedan alcanzar su empoderamiento.

En estos tiempos, aunque nos parezca que hemos alcanzado la era de los y las «pos», -la posverdad, la posmodernidad, lo postraumático, los podcast-, la misoginia sigue muy presente, poco ha cambiado en siglos, los pogromos siguen apareciendo en todos los telediarios, los feminicidios copan las estadísticas, mientras a estas y estos a las y los que les encanta ser un dibujo fuera del margen o a aquellas y aquellos a las que les satisface invertir su tiempo en un cronopio y les encanta el crossover de mixtura entre la música clásica y la popular se esfuerzan en conseguir una serendipia que les lleve al Olimpo tiktokiano.

Al final, y a las pruebas  me remito, lo que funciona, lo que nuestra sociedad demanda es la individualización de una raza humana borracha de orgullo, una especie de solipsismo que nos libre de la globalización que, a pesar de lo que nos dicen los expertos, nos está llevando a la ruina del planeta.

¿Es útil o inevitable usar esta serie de palabros para decir que este mundo se va a la mierda?

 

Por cierto, lo reflejado aquí no tiene nada que ver con mi forma de sentir, pero este menda sólo es un coleccionista de relatos, me dedico a cazar historias lo más plenas de matices que me es posible. El que piense que esto que he escrito es una solemne majadería que se abstenga de escribirme. Le doy la razón. ¡Es lo que hay!

 

 

 

 

 

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Javi

Sobre mí

«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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