Javi Campo

Una sorpresa de ocho patas.- Mikel Santi

El 1/6/2021, la Diputación Foral de Bizkaia convocó el "XIII Premio Literario BIZKAIDATZ 2021". La diferencia con otros premios es que otro escritor, normalmente el ganador del año anterior, desarrolla el inicio de un tema (en cursiva) que tú tienes que continuar dándole el enfoque que mejor te parezca. No gané el Premio, pero lo pongo a disposición del lector y el que tenga la amabilidad de leerlo, me dé su opinión. Le estaría muy agradecido.

El mismo día en que Jorge consiguió su ascenso, decidió que ya era hora de intentar cumplir el sueño de vivir en un chalet. Sabía que le costaría algún que otro esfuerzo, pero su nuevo sueldo era mucho mejor y tener un chalet era el gran sueño de Jorge. La constatación de que había seguido el camino correcto en su vida.

Tenía 35 años y aún seguía soltero. Sus amigos le preguntaron para qué deseaba una casa tan grande y Jorge les respondió que ya habría tiempo de llenarla. Internamente pensó que sus amigos le envidiaban por su suerte y su ambición.

—Verás cómo las chicas se ponen a hacer cola cuando vean mi casoplón.

Así que puso a la venta su apartamento y se pasó dos meses rastreando inmobiliarias, visitando obras y también casas antiguas.  Al final se decidió por una preciosa casa cerca del mar. Era un poco más cara de lo que había pensado gastarse, pero según la vio, Jorge se enamoró de ella. Tenía un pequeño jardín, una piscina y estaba a solo cuarenta minutos de la ciudad. Era perfecta.

Jorge consiguió vender su piso relativamente rápido (un piso céntrico siempre estaba muy demandado) y se trasladó a finales de febrero a su nueva casa. Celebró una gran barbacoa con sus amigos de la oficina —los únicos que tenía— y las salchichas se les carbonizaron porque nadie tenía demasiada experiencia en esas cosas, pero se lo tomaron a risa. Después de la celebración, todos sus compañeros le felicitaron por su buena suerte y se fueron.

Y Jorge se quedó a solas en su nueva casa.

Los primeros días fueron maravillosos. Jorge tuvo capítulos de auténtica euforia con su chalet. Lo miraba por un lado y por el otro y pensaba que debía ser un hombre de provecho si había conseguido un lugar así para vivir.

“Me lo merezco. He luchado por ello”.

Mandó muchas fotos de la casa a sus padres, en el pueblo, invitándoles a visitarle cuando pudieran. Sería la envidia de sus hermanos y sus antiguos vecinos y eso le alegró. A cambio de todo lo que tenía que soportar en el trabajo, en esa solitaria ciudad, ahora él tenía una casita junto al mar. Era justo, ¿no?

Pero con el paso de las primeras semanas, Jorge comenzó a darse cuenta de lo duro que era vivir solo en un lugar tan grande. Había mucho más espacio que limpiar y el césped no dejaba de crecer. También, como era una casa un poco vieja, había alguna que otra reparación que hacer y Jorge —que madrugaba mucho y siempre llegaba tarde— pronto se vio desbordado. Pero en ningún momento pensó en arrojar la toalla. Su orgullo se lo impedía. Cerró casi todas las habitaciones de la casa, tapó la piscina con una tela y bajó algunas persianas. Decidió que afrontaría el mantenimiento de la casa durante los fines de semana, aunque eso supusiera no disfrutar tanto como había pensado.

Un sábado —esto ocurrió un mes después de su mudanza— decidió que era hora de segar su jardín. Los antiguos dueños le habían dejado en el garaje una vieja segadora que aún debía funcionar muy bien, así que después de desayunar, Jorge se vistió unas ropas cortas y bajó al garaje en busca del aparato.

La segadora estaba amontonada, junto con otros trastos, en una esquina del recinto (que algún día —se dijo Jorge— debería limpiar). Allí había sillas, viejos cuadros, máquinas de coser y otra confusión de antiguallas que Jorge, en un impulso un tanto idiota, había preferido conservar cuando le preguntaron qué deseaba hacer con ello. Tal vez hubiera algo de valor allí, había pensado, y al fin y al cabo, ahora le pertenecía todo lo que había en la casa.

Tomó el manillar de la segadora y tiró de ella con fuerza haciendo que algunas cosas que estaban apoyadas en el aparato se desplazaran o cayeran ruidosamente a su alrededor. Después volvió a tirar con fuerza y esta vez consiguió extraer la segadora como si fuera un dentista extirpando una muela.

Entonces fue cuando Jorge vio la araña.

Surgió de aquella confusión de trastos y trepó velozmente por la blanca pared. Era negra, de patas velludas y largas, sorprendentemente grande. Jorge nunca había visto una araña tan grande. Pensaba que las de ese tamaño solo vivían en junglas tropicales… así que la siguió con la mirada, espantado, y vio que se iba a esconder a una grieta bastante ancha y profunda que había en lo alto de la pared. Una vez allí, desapareció y solo, durante unos segundos, vio una de sus velludas patas asomando al exterior.

Esa fue la última oportunidad de matarla, pero estaba tan asqueado y horrorizado que ni se movió.

De pronto, comenzaron a picarle las piernas y los brazos y tuvo que regresar a la planta de arriba en busca de ropas más largas y también de unos guantes. Encontró un viejo bote de insecticida en la cocina y bajó con él al garaje. Roció profusamente la grieta y vació el spray sobre el montón de trastos, confiando que aquella lluvia de muerte acabase con cualquier rastro del arácnido. Hecho esto, dedicó unos cuantos segundos a observar la grieta. Parecía tener una profundidad considerable pero como no vio movimiento, pensó que su misión había terminado. Después salió al jardín, arrancó la segadora con bastantes esfuerzos y pasó la mañana segando. De vez en cuando se acordaba de aquella negra araña correteando por la pared y un escalofrío le recorría la espalda.

“Qué asco”, se dijo a sí mismo, “ojalá se haya muerto” .

La siguiente sorpresa desagradable ocurrió dos semanas más tarde, a primera hora de la mañana de un lunes. Jorge acababa de ducharse y estaba en calzoncillos frente al espejo, silbando alegremente mientras se abrochaba su camisa. Era una camisa blanca con finas rayas de color rojo que le iban bien con la corbata. Todos sus compañeros vestían bastante bien y él no iba a ser menos. Ahora que tenía un buen puesto debía dar una imagen profesional, limpia y un poco sofisticada. Esa era una de las muchas cosas que había aprendido él solo. Cosas que le habían permitido tener un chalet en propiedad.

Terminó de abrocharse el último botón y tomó la corbata, que descansaba sobre la cama, lista para anudársela. Volvió a mirarse en el espejo y según lo hacía, vio una araña prendida en la tela de la corbata, quieta como un broche y con las patas abiertas. No prestó ni un segundo a preguntarse de dónde podría haber salido. Todo lo que hizo fue convulsionarse como un mono colérico y comenzar a darse golpes por todo el cuerpo, incluso en la cara, mientras gritaba ridículamente. Después volvió a levantar la vista y vio que la araña ya no estaba allí. Miró hacia el suelo y la encontró sobre su moqueta de color claro, grande y tan horripilante como la recordaba. Presa de un odio indescriptible, Jorge tomó uno de sus zapatos y trató de aplastarla lanzándolo sobre ella, pero la araña fue más rápida y se metió debajo de la cama.

Tenía tanto asco en el cuerpo que ya no pudo pensar en otra cosa que en matarla. Miró el despertador y vio que aún le sobraban algunos minutos. Corrió a la cocina, en busca de una escoba (pues no deseaba ni tocarla con los dedos) y subió, ya pertrechado, en busca del bicho. Con el sigilo de un asesino se agachó y rebuscó con la mirada en los ángulos del suelo que había bajo la cama, pero no la vio. Imaginó que no era capaz de distinguirla entre las sombras y comenzó a golpear a un lado y a otro, frenéticamente. Pero al no tener resultados desistió amargamente. La araña había desaparecido.

Bajó a desayunar pero fue incapaz de probar bocado. El recuerdo de esa asquerosa araña le hacía estremecerse. Después, en el garaje, mientras se montaba en su coche, miró hacia la grieta donde, un par de semanas antes, había visto colarse la araña. Seguramente, pensó, allí tenía su madriguera, o como quiera que se llame el hogar de una araña. ¿Era posible que tuviera algún sistema para moverse por dentro las paredes? Esa posibilidad, asquerosa y aterradora, le provocó palpitaciones.

Decidió que esa misma tarde acabaría con el asunto.

Como no tenía mujer, hijos y tampoco demasiadas amistades, Jorge era de los que se quedaban hasta muy tarde trabajando. Nunca se marchaba antes que su jefe, pues había aprendido que eso era una manera de ganar puntos con él. Cuando se quedaban a solas, charlaban, se hacían amigos lentamente… criticaban a algunos compañeros a los que siempre “parecía caérseles el lápiz” a las cinco y media.

Ese día, sin embargo, Jorge se preocupó de salir puntual. Cogió el coche y condujo hasta el hipermercado que había en las afueras y se dirigió a la sección de jardinería. Allí eligió un spray antiarañas que el encargado le aseguró que era infalible. Compró tres botellas. También se hizo con unos guantes nuevos, gafas protectoras y un pasamontañas. Lo cargó todo en su coche y condujo de vuelta a su preciosa casita, dispuesto a terminar con ese asqueroso asunto. Esa araña-ocupa no tenía lugar en su nueva e idílica vida.

Ya en el garaje, se vistió de una manera ridícula. El pasamontañas y las gafas protectoras; los pantalones por dentro de las botas y las mangas enfundadas en los guantes. La araña era bastante grande y no quería exponerse a que le picara, mordiera o lo que fuera que hacen las arañas.

Después de cerrar la puerta del garaje comenzó a rociar la grieta con el veneno. Se gastó una botella completa y entonces se acercó a explorar visualmente la grieta. Tenía una profundidad considerable pero aún así, estuvo casi seguro de que no podía haber quedado nada con vida ahí dentro. No obstante, por un momento, le pareció captar movimiento. A través de sus gafas plásticas (ahumadas por el esfuerzo) vio algo negro y brillante que se desplazaba torpemente hacia el interior de la cavidad, emitiendo un ruidito como de dedos escarbando en la tierra. Jorge se estremeció del asco. Cogió otra botella de spray y apretó el botón con saña. El huracán asesino entró espumeando en aquel recodo y Jorge sintió una oleada de odio que le hizo gritar:

—¡Muere maldita peluda! ¡Me das asco!

Se gastó las tres botellas enteras en la grieta y creó una nube de gas tóxico tan densa a su alrededor que tuvo que alejarse un rato para poder respirar, aunque el sabor del veneno, que se le había impregnado en el paladar, todavía estaría allí esa noche, durante la cena. De hecho, esa noche durmió mal, tuvo fiebre, pesadillas y al día siguiente vomitó nada más levantarse. Posiblemente se había “envenenado un poco” con tanto spray, pero pensó que eran daños colaterales de una guerra en la que se declaraba vencedor. Nada podría haber sobrevivido a aquella cantidad de veneno.

Después de aquel día, Jorge se olvidó de la araña. No volvió a aparecer. Hubo otros insectos, por supuesto, pero ninguna araña. Además, al cabo de unos meses, en una conversación trivial, Jorge oyó que los gatos eran un buen repelente contra los insectos de campo así que se compró uno y lo llamó Charlie.

Llegó la primavera y Jorge encargó a una empresa que limpiara y llenase de agua su piscina. Entonces fue cuando la casita, su preciosa casita, comenzó a reportarle grandes satisfacciones. Llegar del trabajo y poder darse un baño era un lujo que nunca hubiese podido imaginar. Sus padres y sus hermanos pasaron un fin de semana entero con él. Al despedirse, le dijeron que vivía en “un paraíso”. Su padre le dijo que estaba muy orgulloso de él y su madre le preguntó cuándo tenía pensado casarse.

—¿Casarme? —sonrió Jorge—. Primero tendría que tener novia.

—Pero… ¿no hay nadie que te guste?

En realidad sí la había. Miriam, una chica del departamento de contabilidad con la que se iba cruzando cada vez más miradas y sonrisas.

Aquel verano, Jorge organizó una nueva barbacoa (esta vez sin salchichas abrasadas) y se aseguró de invitarla (bueno, invitó a todo el departamento de contabilidad, como para disimular). También invitó a su jefe, claro. A esas alturas ya eran grandes amigos.

Durante la fiesta, Jorge se aseguró de que Miriam supiera que el chalet era suyo “en propiedad”. Ella parecía muy impresionada. Comenzó a reírse mucho y a tocar a Jorge en el hombro y a pedirle que le atase el cordón de sus sandalias, y a pedirle más cava. Cuando todos los invitados se hubieron marchado, Jorge y ella terminaron haciendo el amor en la piscina. Y Miriam se quedó a dormir.

Desde ese día, se hicieron novios y planearon casarse en septiembre. Era, tal vez, demasiado pronto, pero ambos estaban interesados en cerrar el asunto cuanto antes.

De modo que, al llegar el verano, Jorge parecía tener todo lo que se puede desear en la vida: una casita con piscina, una novia, un buen trabajo, un gato y un coche.

 

¡Y una araña! Casi se había olvidado de ella. Pero allí seguía. Hizo su aparición, de nuevo, un día en que Miriam había compartido con él cama y placer en una apasionada noche. Al despertar, el día estaba ya avanzado. No era necesario madrugar, era festivo.

Cuando Miriam, desnuda, se levantó de la cama para dirigirse hacia la ducha, Jorge la admiró y se felicitó de su buena suerte por haber conseguido conquistar a aquella mujer que muchos dirían que no era escultural pero a él se lo parecía.

Recostado sobre las almohadas, fascinado y orgulloso por haber logrado poseer esa hermosa mujer,  la vio desaparecer tras la puerta del baño. Al poco y mientras dormitaba, oyó cómo caía el agua de la ducha y se la imaginó atractiva, satisfecha y relajada. Un grito desgarrador, de miedo, pánico y susto lo despertó de golpe. Pegó un respingo. Acudió, desnudo como estaba, al cuarto de baño y allí estaba, quieta, negra, peluda. Miriam, pegada a la pared, se tapaba la cara aterrorizada. Jorge, venciendo su asco y rechazo, comenzó a tirarla todo lo que tenía a mano en un vano intento de matarla, exterminarla, o al menos asustarla y hacerla desaparecer.

Era demasiado rápida para él. Una vez más se ocultó incólume y sin que Jorge se apercibiera por dónde, desapareció de su vista. Pareciera como que se estaba riendo de él.

Inmediatamente acudió, solícito, a consolar a Miriam que estaba en pleno ataque de ansiedad. Ante su perplejidad, le rechazó con fuerza y le soltó un –“no me toques”-  rabioso que ya desde ese momento para cualquier otro hubiese sonado a despedida.

Se vistió con una rapidez impropia de su forma de ser y dando un sonoro portazo y sin dirigir una sola mirada hacia él que la miraba pasmado, abandonó la casa sin escuchar las disculpas de un Jorge que no daba crédito a lo que estaba pasando. No llegaba a entender esa reacción emocional tan intensa por parte de Miriam. Y, además, ¡qué culpa tenía él de que hubiese una araña en la ducha!

Perplejo y atónito trató de serenarse preguntándose dónde estaría Charlie y qué estaría haciendo el felino para cazar y deshacerse del arácnido. No estaba lejos, le vio junto a la chimenea, en ese momento apagada, en posición de ataque, mirada fija, las orejas planas y rectas, la espalda arqueada,  las uñas y los dientes a la vista, bufando. A un metro aproximadamente, allí estaba la araña, negra,  inmóvil, expectante. Cada vez que el minino daba un paso adelante, en un intento vano de abalanzarse sobre ella, ésta daba con sus ocho patas un paso hacia atrás. Y así se inició una especie de juego, un intercambio de movimientos al vaivén, como si estuvieran interpretando un baile tribal.

Jorge les miraba fascinado y a la vez estupefacto  ante lo que estaba sucediendo. Trataba con su voz de animar al felino a una acometida definitiva, para eso lo había adquirido pero a éste parecía que le interesaba más el divertimiento que la embestida y ataque a la posible presa. No sabía si reírse de la situación o llorar. Sólo se le ocurrió hacerles unas fotos con su móvil. Esto lo tenían que ver sus amigos. Si no las hacía, no le iban a creer. Después de un rato de juego, perdieron el interés el uno por el otro, yéndose cada uno para un lado. Jorge, seguía pasmado. No entendía nada. Si el felino era el mejor cazador de arácnidos ¿por qué no se había abalanzado sobre ella?

Tuvo todo el resto del día para pensar en lo que había pasado y cómo reaccionar, cuáles serían los pasos adecuados para que volviese todo a la normalidad. En primer lugar, con Miriam, y una vez solucionado este problema que él veía fácil de resolver porque estaba convencido de tenerla en el bote, encararía el asunto de cómo resolver el de los dos animales, el felino y el arácnido que se estaba convirtiendo en su peor pesadilla.

Llamó varias veces por el móvil a Miriam sin obtener respuesta. Pensó que estaría todavía en estado de shock. Pero quería interiorizar y autoconvencerse de que sería únicamente una rabieta y que se le habría pasado para cuando la volviese a ver al día siguiente en el puesto de trabajo.

Pero antes, esa misma tarde, tomó la decisión de investigar sobre la araña. No sabía nada sobre ellas. ¿Sería su picadura venenosa? ¿Sería un bicho peligroso? ¿Debía preocuparse seriamente por permanecer un bicho de esas características dentro de su casa? Por su aspecto lo parecía, pero su comportamiento lo desmentía. Se dispuso a escarbar en todas las páginas web de internet, a cotejar sus fotos con las que hubiese en la red y averiguar qué tipo de arácnido era su inquilino okupa.

Así pudo saber que las arañas son artrópodos, que son una parte importante de la naturaleza y del ecosistema de las propias casas y más de las aisladas como era la suya. También aprendió, incrédulo al principio, que incluso son beneficiosas porque son depredadoras de otras especies y nos pueden ayudar a eliminar ciertas plagas de insectos como los mosquitos, chinches, pulgas o termitas. Los expertos dicen que son un insecticida natural para una casa.

Jorge no salía de su asombro. O sea que tener una araña peluda o dos en casa, porque en ese momento no sabía a ciencia cierta si no había más de una, y convivir con ellas era provechoso para la salud. Ver para creer.

Pudo observar  muchas imágenes, comparándolas con su inquilina hasta que dio con una que podía ser, dado su parecido. Era la llamada “araña cangrejo gigante” también apodada de la madera o huntsman, y realmente era intimidante por su aspecto y tamaño. Siguió ojeando lo que los expertos decían sobre ella y según iba leyendo su capacidad de sorpresa iba en aumento. Lo que venían a decir, resumiendo, es que había que aprender a convivir con ellas por lo beneficiosas que son, porque no son agresivas y porque su nada probable picadura no entrañaba un peligro cierto para los humanos.

Advertían que este tipo de artrópodo suelen tener un gran apetito, que las hembras utilizan el canibalismo porque, en ocasiones, se comen al macho que no las excita y que son visitantes temporales, es decir, que de la misma forma que aparecen, desaparecen. Pasó de la sorpresa al desconcierto y de éste a la fascinación.

Aunque estos comentarios no habían conseguido tranquilizarle, por lo menos ahora sabía que a su araña, ya la consideraba como propia, no había que temerla.

Y llegó el día siguiente, lunes, día pleno de incertidumbres pero que Jorge estaba convencido de poder solventar todos los obstáculos con facilidad. Era un hombre de mundo y de éxito.

Entró en la oficina, un espacio amable y abierto, con aires de quien lo ha conseguido todo en la vida, seguro de sí mismo, como teniendo el mundo a sus pies. Los tacones de sus zapatos golpeaban firmes en las losas marmóreas. A su paso, los compañeros levantaban la vista de sus mesas para responder al saludo. Él saludaba a todos con una sonrisa abierta pero pronto advirtió que sus miradas contenían un signo de interrogación, no eran coincidentes con las de otros días. Tenían un cierto aire de pregunta y en alguno como de conmiseración, como si le tuvieran lástima. Jorge lo notó pero como no sabía a que eran debido,  no hizo nada por cambiar su talante triunfal.

Pronto cambió su sonrisa por una mueca como de no entender lo que sucedía. Sentado en la cómoda silla de su nuevo despacho que hacía poco había conseguido por su ascenso, estaba su jefe. No era buena señal aunque tragándose sus pensamientos, saludó sonriente y le interrogó a su jefe si pasaba algo.

-Siéntate-, le dijo éste con una cara impasible y de forma tajante. Su voz denotaba que se acercaba tormenta. Jorge aparcó su sonrisa y mudó su expresión. Llevaban ya unos cuantos años trabajando codo con codo pero su relación no había traspasado nunca la línea de lo profesional aunque el continuo contacto les había conducido a un cierto grado de amistad. Miguel, que así se llamaba, no le caía ni bien ni mal. Simplemente era su jefe y trataba de llevarse lo mejor posible con él aunque en su subconsciente aspiraba a conseguir su puesto.

-Jorge, ¿cuál es tu situación personal en la actualidad?- le preguntó. Tardó unos segundos en darse cuenta del alcance de la pregunta.

-Si me preguntas por mi estado civil, tú sabes perfectamente que estoy soltero, tengo novia y a medio plazo tengo la intención de comprometerme con ella. No tengo más ataduras, si te refieres a eso-.

Su cara y su actitud se mantenían expectantes. No conseguía adivinar los derroteros por donde iría la conversación, aunque no le había gustado la pregunta, así que quiso mostrarse relajado cruzando las piernas y entrelazando las manos.

-Jorge, continuó Miguel, la empresa está muy contenta con el trabajo que desarrollas y la prueba es tu reciente ascenso, pero la empresa quiere que des un paso más adelante-.

Jorge se revolvió en su silla, dándole vueltas a la cabeza tratando de averiguar por dónde le iba a venir la estocada. Estaba satisfecho y feliz de su situación actual, no pedía ni ambicionaba  nada más, por ahora.

Miguel se tomó su tiempo escudriñando las reacciones de Jorge. Sabía que no era nada fácil transmitir lo que le tenía que decir, pero entre otros, ese era uno de sus trabajos.

-La empresa quiere que vayas de Director de la franquicia que vamos a crear en París. Creemos que eres la persona más adecuada para alcanzar el éxito en esta nueva sede ya que has hecho méritos para ello, eres el único que domina el idioma francés y no tienes ataduras insalvables en la actualidad.

Jorge se quedó perplejo. Tardó en reaccionar. Una mezcolanza de pensamientos no le dejaban hacerlo con claridad. ¿Era un premio? o ¿un castigo? ¿Realmente confiaban tanto en él o se lo querían quitar de en medio? Lo que estaba claro era que si aceptaba le iba a trastocar toda la vida que tanto le había costado forjar.

-¿Puedo pensarlo?- dijo casi balbuceando.

– Sí, pero sólo 24 horas o buscaremos a otro- le contestó Miguel.

La entrevista no daba más de sí, estaba todo dicho,  por lo que Miguel se levantó y con paso firme se dirigió hacia la puerta no sin antes observar la reacción de Jorge, que  se mantenía estático en su asiento sin salir de su perplejidad. Dejó la puerta abierta por lo que, una vez hubo desaparecido de la escena, sus compañeros acudieron en tropel para inquirirle sobre lo que había sucedido. Los rumores, algo consuetudinario entre oficinistas, eran muchos pero sin ninguna certeza.

Jorge continuaba pegado a la silla. Incrédulo. No podía ser. Todos sus planes se venían abajo. Si cambiaba de localidad  todo el entramado de vida que había tejido no le servía ya para nada. Por otro lado y tomándoselo por el lado positivo, era una oportunidad única para ser el “rey del mambo” en su empresa, podía extender sus alas sin que nadie le mandase y por sus conocimientos y experiencia estaba convencido de que ese puesto colmaría sus aspiraciones. Y si se negaba podría ser el fin de su carrera en la empresa. Era un regalo envenenado.

Sus compañeros seguían en la puerta, nadie se atrevía a ser el primero que le hiciese la pregunta evidente. No fue necesario. Se levantó y con la mirada perdida, les dijo:

-Dejadme solo, por favor, tengo que resolver un asunto.- Y cerró la puerta con determinación.

Tuvieron que volver a sus puestos de trabajo sin poder confirmar los variados rumores que circulaban por la oficina desde primeras horas de la mañana.

El asunto más inmediato y peliagudo era Miriam. ¿Cómo le sentaría la noticia? ¿Estaría dispuesta a irse con él? Era lógico pensar que también en París necesitaría un servicio de contabilidad y que podría contar con ella para montarlo y dirigirlo. Buscó las palabras adecuadas con las que venderle esa proposición. Él se veía obligado pero ella era libre de negarse. Pensó que no era tan descabellado que aceptase. El lugar, París, no tiene parangón en el mundo, por algo se le llama “la Ciudad de la luz” debido a la temprana iluminación de sus calles y por ser la abanderada en muchas de las artes que se pueden disfrutar a diario en sus calles, teatros o museos. Y sobre todo, la petición que quería hacerle de que aceptase compartir la vida con él. Su sincronía hasta esos momentos parecía perfecta.

No todo eran certezas, también tenía dudas. La reacción de Miriam del día anterior, aparte de no esperarla, le parecía exagerada para el mero hecho de que apareciese una araña que no había realizado ningún síntoma de atacarla. Se armó de valor, abrió la puerta del despacho y se dirigió, ignorando las miradas puestas en él, hacia el piso inferior donde se hallaba la sección de contabilidad.

La vio de lejos, estaba de espaldas, se dirigió con una zancada firme hacia ella sorteando las mesas y tratando de que no le influyesen los murmullos que suscitaba a su paso. La que no pudo ignorar los murmullos fue Miriam que levantó la vista cuando Jorge ya estaba a su lado.

-¿Podemos hablar?- Miriam le miró de arriba abajo con un gesto de desdén en la boca.

-En privado-, insistió Jorge.

La actitud de Miriam no auguraba nada bueno pero se levantó dirigiéndose hacia la sala habilitada para fumadores. Jorge la siguió en silencio no sin admirar las curvas de aquella mujer que ya había sido suya.

Miriam se acodó sobre la mesa y, en actitud expectante, le inquirió con la mirada qué es lo que quería. Jorge, normalmente dominador de la situación, se sentía abatido y vulnerable ante los ademanes extraños y lejanos de Miriam, como si fuesen dos extraños.

-¿Qué te he hecho para que tengas esta frialdad conmigo? Miriam tardó en responder. Quería medir sus palabras. Tampoco le interesaba herir innecesariamente a Jorge.

-Mi postura nada tiene que ver con la araña. Pero ella me ha demostrado de qué pasta estás hecho. Tu forma de enfrentarte a ese problema tan nimio me ha confirmado que eres de carácter débil, has tratado de encontrar explicaciones antes que buscar soluciones. Yo quiero tener a mi lado un hombre fuerte, que no le dominen las emociones y que sepa actuar sin titubeos ante las situaciones extrañas que de seguro se van a presentar en la vida diaria-. Miriam dijo todo esto de carrerilla, como si lo hubiese memorizado con anterioridad.

Jorge no se podía creer lo que estaba oyendo. ¡Él un hombre débil! Se esperaba cualquier cosa menos esto. La posición de desprecio que mostraba Miriam hacia él, aparte de no hacerle ninguna gracia, le ponía en situación de inferioridad, a lo que no estaba acostumbrado. Balbuceó unas palabras ininteligibles de disculpa acercándose a ella y alargando una mano para posarla sobre su hombro en un gesto de acercamiento y confianza  pero Miriam, inflexible y con voz cortante, acertó a decirle:

-No me toques. Nuestra relación ha terminado, no me interesa nada de lo que me tengas que decir.-

Para cuando Jorge pudo reaccionar, Miriam había desaparecido. En un momento, su mundo se había venido abajo. Trató de recomponerse y acceder de nuevo a su postura habitual de seguridad en sí mismo pero advirtió que no le era posible. Tomó aire y decidió quedarse unos minutos solo en aquella sala de fumadores. Una pena, pensó, que él no lo fuera porque le hubiese venido bien envolver sus problemas en el humo de un cigarro.

Esos momentos le ayudaron a recapacitar en su situación, diciéndose que él no era débil, que su fortaleza estaba en su fuerza de voluntad por salir airoso de  las situaciones  más difíciles, y siempre solo, sin ayudas. Miriam no tenía razón. Sabría salir adelante, conseguiría que ese hormigueo que ahora tenía en el estómago como sensación de incertidumbre se disipara una vez más, no era la primera vez que se enfrentaba a los reveses que indefectiblemente la vida te depara, está en la propia naturaleza de las personas.

Salió de aquella habitación recompuesto y decidido. La frustración que sentía era inferior al reto que se le proponía. Ya estaba seguro de cuál debía de ser su camino a partir de ese momento. Había tomado una decisión. Resuelto y animado se dirigió al despacho de Miguel, su jefe.

Llamó a la puerta y sin esperar respuesta, entró con determinación.

-Acepto. Me voy a París. Dime cuando.-

Miguel, que no se esperaba una respuesta tan rápida, le lanzó una sonrisa franca y contestó:- Me alegro de que te hayas decidido tan pronto porque la dirección de la empresa tiene prisa en abrir la franquicia parisina. Las obras ya están en marcha. Sólo falta elegir al personal, selección que deberás hacer tú. Ese será tu primer trabajo.-

Jorge asintió con el gesto y se volvió hacia la puerta, pero antes de salir se giró y le espetó a Miguel:

– Me cojo el día libre. Debo de meditar mis pasos más inmediatos antes de tomar decisiones.-

Miguel asintió con la cabeza. Perdía a un buen elemento pero a la vez se sentía aliviado porque consideraba que Jorge era el único que le podía hacer sombra.

Para ese momento, los planes de la empresa con respecto a la franquicia de París y quién la iba a dirigir, era ya vox pópuli por lo que, cuando Jorge se dirigía hacia su mesa para recoger algunas de sus cosas, un aplauso sonó en toda la sala, correspondiendo él con gestos de agradecimiento. No lo esperaba y esto le hizo turbarse más de lo que él hubiera deseado. No solía manifestar públicamente sus emociones, pero ese gesto espontáneo le puso un nudo en la garganta y un brillo en las pupilas, algo inhabitual en su comportamiento.

Volvió andando a su casa, fue un paseo largo, reparador, necesario para poner en orden sus pensamientos y hacer un repaso exhaustivo de lo que había sucedido en esa media mañana. Por el camino tuvo que atravesar un pequeño parque del que nunca se había apercibido y se sentó en un banco. Respiró profundamente  admirando el verdor que tenía a su alrededor y escuchando el trinar de los pájaros. Necesitaba ese remanso de paz para poner en orden sus ideas.

Empezó a tomar decisiones. Si la empresa quería rapidez, rapidez les daría. Llamó por el móvil a la sección de personal y le dio órdenes a la empleada que se puso al teléfono para que le buscase a dos personas dentro del personal de la empresa que dominasen suficientemente el idioma francés, que, como él, no tuviesen demasiadas ataduras familiares y que estuviesen dispuestos a romper amarras con su pasado para vivir y trabajar unos cuantos años en suelo francés.

Sacó su estilográfica y en el bloc de notas que llevaba siempre encima, empezó a pergeñar unas notas de prensa para publicar en los diarios de mayor tirada no sólo en París sino en toda Francia. Necesitaba, aparte de las dos que se llevase de aquí y que serían de su entera confianza, otras ocho personas que controlasen el mercado francés en puestos de informática avanzada, contabilidad y gestión de ventas.

Los primeros periódicos que le vinieron a la cabeza y que consideraba de mayor tirada eran Le Figaro, Le Monde, Liberation y Le Parisien/Aujourd´hui, diarios que cerraban el círculo de todas las tendencias políticas e ideológicas.

Ya estaba en marcha, ya había puesto toda su maquinaria en movimiento y cada vez le iba gustando más la idea de este nuevo sesgo de vida que se le avecinaba y el reto que para él suponía crear algo desde cero con su propia impronta. Sólo tenía detrás, que no era poco, la marca consolidada de su empresa. Con esa idea en la cabeza llegó a su casa.

Lo primero que vió al entrar en ella fue a “Patas”, nombre apropiado que le había puesto a la que ya consideraba su araña y a la que había dejado de tener miedo. Incluso se acercó a ella y poniéndose en cuclillas, trató de cogerla. En esta ocasión fue la araña la que reculó y huyó asustada.

Se sentía feliz, el mal rato con Miriam ya se había disipado y pensó que ya habría más oportunidades si ella no cambiaba de opinión. ¿Se habría enterado ya de la noticia? Y si así fuera ¿qué pensamientos le estarían pasando por la cabeza? Para entonces, le traía sin cuidado. Masculló algo entre dientes y se repantingó en la cama con las piernas estiradas y los brazos extendidos en forma de cruz.

Su mente no paraba de darle vueltas, quería tener al momento todas las soluciones pero estaba convencido de que se le escapaba algo. Tendría que comunicárselo a sus padres a los que no les haría ninguna gracia que su hijo triunfador se separase todavía más de ellos. Tendría que hacer una despedida con sus compañeros y únicos amigos que tenía, incluida Miriam, tendría que poner en venta o en alquiler su casa, tendría que pensar qué hacer con “Charlie” su gato comodón, tendría que ir pensando en buscar un apartamento en París al elevadísimo precio al que estaban.

Y en medio de este maremágnum de ideas y pensamientos, se dio cuenta de que se había olvidado de sus honorarios y los sueldos de sus futuros empleados. A todos ellos les tendría que hacer una oferta que no pudiesen rechazar. Para ello, antes tendría que negociar con Miguel y percibir hasta dónde podía llegar para que aceptasen su proposición. No era nada fácil convencer a personas cualificadas y con experiencia a cambiar de ubicación laboral si no era con una buena oferta salarial que les compensase. Así le vino a visitar Morfeo, quedándose plácidamente dormido.

Cuando despertó caía ya la tarde. Le urgía poner de nuevo en marcha sus neuronas por lo que se dio una ducha con agua fría que le despejó por completo. Mientras se secaba, les vió una vez más. “Charlie” y “Patas” frente a frente. Ninguno parecía temerle al otro. No parecían sentirse amenazados. Se mantenían expectantes. Jorge, también ya sin recelo, se sentó en el respaldo del sofá para ver en qué terminaba el previsible duelo.

“Charlie” se movía muy lentamente en un intento por acercarse lo más posible al arácnido e intentar saciar su curiosidad, “Patas” permaneció quieta. Cuando el minino estuvo a unos 20 cms se puso a girar en torno al peludo “Patas” pero no en situación de atacar sino intentando colmar su tendencia a jugar con aquello que debería considerar una presa. A Jorge le pareció muy divertido aquel juego y esbozó una sonrisa dispuesto a disfrutar del momento. Pero ante el temor de que en el juego le echase una zarpa encima y la araña, defendiéndose le mordiese de manera instintiva, ahuyentó al gato.

La actitud de la araña, que no se había movido en ningún momento, le atrajo. Se agachó y reptando por la alfombra, fue acercándose a “Patas” que no daba muestras de desconfianza. Cuando estuvo a una distancia que ya se podría considerar imprudente, Jorge extendió la mano con precaución aunque el temor se había disipado, y la araña, lejos de huir hizo un amago de movimiento con sus ocho patas hacia él. No retiró su mano. Se la ofreció. Y “Patas” aceptó el envite deslizándose a continuación por el brazo de Jorge. Al otro lado de la habitación ahora era “Charlie” el que miraba la escena extasiado y totalmente relajado, como si la escena no fuera con él.

Jorge pasó el examen con nota. El canguelo siempre está presente ante lo desconocido, todos sentimos pánico en ocasiones, pero el valiente es el que se atreve a cruzar esa fina línea roja que nos convierte en el héroe que, igual que el miedo, todos llevamos dentro. Había conseguido la confianza de “Patas” y “Patas” había respondido de manera afable, sin lanzar ninguna picadura que le produjera algún tipo de alergia o irritación en la zona. Había hecho una amiga.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no había comido y que sus tripas se revolvían incómodas. Se dirigió a la nevera por si quedaba algo frío y comestible. Abrió una lata de ensaladilla rusa y después se comió unas onzas de chocolate. Puso la televisión pero no consiguió engancharse con algo interesante por lo que cogió, de nuevo, su agenda y continuó con sus notas hasta quedarse de nuevo dormido a altas horas de la madrugada.

Los días siguientes fueron un torbellino de idas y venidas, de entrevistas con distintos candidatos, de negociaciones con sus jefes, de responder a las felicitaciones, de constantes llamadas telefónicas con la capital gala, de recibir y estudiar los distintos curriculums que le llegaban. Al llegar a su casa por la noche, se sentía realmente cansado, agotado pero feliz. Sólo echaba de menos una compañía femenina de la que ahora carecía. Sí que había notado que varias compañeras que hasta entonces nunca se le habían acercado, ahora lo hacían ante la posibilidad de dar caza al “mirlo blanco”. Jorge todavía albergaba alguna esperanza de un acercamiento por parte de Miriam, que no se había producido. La única hembra que se le acercaba sin esperar nada a cambio era “Patas”. Habían llegado a tal nivel de confianza que cuando Jorge se dormía, ella le velaba al otro lado de la almohada.

El tiempo pasó a un ritmo vertiginoso. Y el día de la marcha se acercaba. Sus compañeros, con ganas de disfrutar una vez más del caserón que se había comprado Jorge, le propusieron hacer en ella la fiesta de despedida a lo que él accedió encantado. Quizá entre ellos habría alguno que quisiese alquilarla en su ausencia.

Fueron invitados los 50 empleados de la empresa, incluidos los directivos y los jefes. Acudieron casi todos, y entre ellos Miriam. La fiesta fue un éxito. Como la casa estaba aislada no molestaron a nadie con la música y bailes, disfrutaron de lo lindo y Jorge también, pero sin apartar la vista de su examante o exnovia, ya no sabía cómo llamarla. Esta, hizo como si no le conociese ni hubiese estado nunca allí, se dedicó toda la velada a tontear con unos y otros, quizá para darle celos o para ponerle a prueba al dejarle claro a Jorge que no sentía ya nada por él.

Cuando a altas horas de la noche se fueron marchando todos, todavía le quedaba a Jorge una pequeña esperanza de que Miriam hiciese algún gesto de acercamiento, las miradas que Jorge le echaba eran de invitación a quedarse pero el temor al rechazo fue más fuerte que el deseo. No debía dar muestras de debilidad, ni sentirse vulnerable. Se fue de las últimas pero no volvió la vista atrás. La relación se había terminado definitivamente. Así se dio cuenta de que la línea entre el éxito y el fracaso en cualquier orden de la vida es muy fina aunque tu propia intervención no sea definitoria.

Un par de días antes de su partida quiso despedirse de sus padres. Unos padres que nunca, hasta ahora, habían confiado en él, que nunca habían creído que ese hijo les fuera a dar satisfacciones pero que ahora iban a verle partir con el éxito por bandera. Cuando se marchó de casa por primera vez no lo sintieron excesivamente porque consideraban que ya tenía una edad tardía para emanciparse y arreglárselas por sí mismo. Además, ellos todavía eran jóvenes y de este modo podrían iniciar, otra vez, una vida lo más parecido posible a la de unos recién casados.

Ahora era distinto, tenían que reconocer los méritos de su hijo y de ellos se sentían orgullosos, pero no terminaban de digerir que se fuese a otro país. Y además a Francia. Fue suya la decisión de que durante los estudios de bachiller Jorge estudiase el idioma francés en vez del inglés que elegía una inmensa mayoría. Esa decisión, de la que se habían arrepentido en muchas ocasiones, le iba a servir ahora a su hijo para obtener un puesto destacado en su empresa. Y se felicitaron de su buena suerte.

La despedida fue distendida. No tenían mucho que decirse, pero las emociones surgieron imprevisiblemente ayudados por sus vecinos de siempre que, de manera natural, quisieron agregarse al adiós de aquel niño travieso y poco espabilado. Con ellos se quedaba Charlie ya que, por mucho que lo había intentado, ningún compañero o compañera quiso quedarse con él.

A partir de ese momento se sintió solo. Acomodado en el avión que le llevaba a la capital parisina, empezó a sentir esa soledad en que se encuentran ancladas las personas que ostentan el poder, que tienen que tomar decisiones rápidas y continuas y que están sujetas a las permanentes críticas de los de abajo. Comenzaba a sentir la presión del líder y todavía no había comenzado su gestión. Llamó a la azafata de vuelo y le pidió un whisky. Normalmente no bebía alcohol de manera habitual pero pensó que le vendría bien un poco  para relajarse.

Cuando la azafata se acercó a él con el pequeño botellín en la mano, se fijó en la chapa que llevaba en la camisa y no pudo dejar de sorprenderse porque el nombre que figuraba en ella era el de Miriam. Después de pagarle la consumición y se alejaba para volver a sus quehaceres, Jorge no pudo evitar echarle una mirada concupiscente. El trasero y el vaivén de caderas le excitó. Necesitaba desfogarse, el recuerdo todavía reciente del sexo gozado le había dejado insatisfecho. Precisaba una mujer a su lado, sentir su aliento, su piel rozando la suya, darle placer hasta el extremo y sentirse como si fueran uno solo.

Con estos pensamientos aterrizó en el Charles de Gaulle no sin echarle a Miriam, la azafata, una intensa mirada al encaminarse a las escalerillas del avión, que bajó sus ojos turbada.

Un taxi le trasladó hasta el Hotel que le acogería hasta tener la ocasión de ver el apartamento que la empresa le había elegido pero con la opción de cambiar si no le satisfacía. Optó por un hotel de 4 estrellas en la zona de Bercy porque el distrito 12º de París se podía considerar ya un extrarradio, un poco lejos de la vorágine de la gran ciudad y muy cerca de la estación de tren y dos estaciones de metro, ideal para moverse a donde quisiese. Durante el viaje desde el aeropuerto pudo conversar con el taxista turco que le tocó en suerte y desempolvar con él su francés un tanto oxidado.

Dicen de París que hay que pasearla hasta que se desgasten los zapatos. Ninguna ciudad como esta para darse un garbeo, que destaca por sus lindas calles, bellas y estimulantes, por la visión de sus edificios obligatorios si quieres experimentar su arquitectura, diseñada en gran medida a finales del siglo XIX por Haussmann, y por sus monumentos más emblemáticos de todos conocidos. Era imposible intentar ver todo en una tarde por lo que Jorge se dispuso a dar un paseo por las inmediaciones del Hotel y disfrutar de forma distendida del ambiente parisino. Ni siquiera deshizo las maletas. Como en Francia se cena un par de horas antes que en nuestro país, pensó que después de cenar habría tiempo suficiente para ello.

Cuando bajó al amplio vestíbulo y se dirigía a la puerta giratoria, no pudo creer lo que veían sus ojos. La azafata Miriam, de frente a él, se encaminaba altiva y resuelta hacia la Recepción. Sus miradas se cruzaron y una pizca de rubor asomó en ambas mejillas. Era alta, quizá lo parecía más de lo que era en realidad porque llevaba tacones de aguja, labios pintados de rojo y un maquillaje tenue, no muy pronunciado, que la hacía más atractiva.

Armándose de valor y sin saber si era francesa o española se dirigió a ella en francés: -Bon soir, mademoiselle. ¿Vous connaissez Paris?.-

Miriam soltó una risita nerviosa y coqueta y le contestó:

– No mucho pero sí lo suficiente.-

Ahora el que rió fue él al ver que le contestaba en un castellano perfecto. Jorge se dijo que era el momento de demostrarse a sí mismo que había dejado atrás los miedos y que era obligado dar un paso adelante:

– ¿Te gustaría dar un paseo conmigo por los alrededores del Hotel o a dónde tú quieras?

Miriam, sin dejar de sonreír y haciendo un mohín de coquetería contestó afirmativamente.

– Espérame diez minutos que me quito el uniforme.-

La cara de Jorge se iluminó y balbuceando consiguió decir:

– Te espero en el bar.- Ella asintió.

Mientras se tomaba una cerveza, el cerebro de Jorge no daba crédito a su buena suerte. Trataba de adivinar qué le depararía este encuentro, si sería casual y efímero, o algo más profundo y duradero. Si sería una mujer seria e inteligente o una mujer casquivana amiga de los encuentros banales y de sexo rápido. No sabía qué esperar. Pronto lo averiguaría.

Se hizo esperar pero cuando apareció, Jorge pensó que había merecido la pena. Se había soltado el pelo que antes llevaba recogido en una especie de moño y ahora lucía una melena que le caía sobre los hombros, el flequillo ladeado, muy ligero, lo que le proporcionaba un movimiento que a Jorge le encantaba. Vestía una blusa de gasa color pastel con volantes, una falda pantalón que dejaba ver y admirar sus largas piernas complementado todo ello con un foulard sobre los hombros. Este conjunto demostraba que sabía combinar perfectamente su vestimenta de manera que su imagen fuera más seductora. Le pareció algo más baja que cuando llevaba el uniforme de azafata porque ahora calzaba zapatos de menor tacón, pero lo que vió, le gustó.

Se presentaron de manera protocolaria y Jorge le preguntó si prefería dar un paseo o quedarse allí en el bar del Hotel. Miriam contestó que estaba cansada y que prefería permanecer allí. En todo caso darían un breve paseo más tarde, después de la cena.

Jorge llamó al camarero y Miriam pidió un Martini seco lo que le dio un toque de sofisticación. Se produjo un silencio embarazoso que rompió Miriam:

– Bueno, tú ya sabes que soy azafata en vuelos internacionales, y tú a qué te dedicas?

Por un instante Jorge pensó si decirle la verdad u ocultarle su verdadera profesión y ocupación por si el encuentro terminaba esa misma tarde, pero tomó la decisión de no mentir por si entraba en contradicciones.

-Soy licenciado en empresariales, trabajo en una empresa de ingeniería y soy el director de márketing y comunicaciones. He venido a París a expandir la empresa, a crear una franquicia que nos abra las puertas de otros mercados, especialmente el francés.

Miriam puso cara de asombro pero se le notó que le gustaba lo que estaba oyendo por la atención que le había prestado.

-Y, ¿cuánto tiempo llevas trabajando en París?

-Todavía no he empezado, como has podido comprobar, acabo de llegar, todavía no me he puesto en marcha.

Durante un buen rato la conversación siguió por esos derroteros en los que Jorge le tuvo que explicar cuáles eran sus tareas, sus funciones y cuál era su grado de responsabilidad. Llegó un momento en que se dio cuenta que sólo habían hablado de él por lo que cortó su plática y le inquirió.

– ¿Qué te parece si durante la cena me hablas de ti?- Era una invitación en toda regla que ella aceptó gustosa. Se levantaron y se dirigieron al Restaurant del mismo Hotel.

Durante la cena Miriam le fue contando su vida y milagros pero no sin que Jorge le tuviese que hacer las preguntas oportunas para que se abriese ya que enseguida se dio cuenta que era mujer de pocas palabras aunque su conversación fuera amena. Una de las primeras cosas que les enseñaban en la Escuela de Azafatas era la discreción y este signo de distinción lo llevaba también a su vida personal.

Tenían muchas cosas en común, les gustaba viajar, adoraban la música clásica sin desdeñar los ritmos actuales como el rock, el hip hop y otros, no eran excesivamente familiares porque ambos habían tenido que abandonar su hogar casi durante su adolescencia para ir haciéndose a sí mismos y estaban libres de ataduras.

No entraron en honduras, era su primera cita pero ambos se dieron cuenta que había cierto feeling. Se sentían a gusto uno al lado del otro.

El reloj siguió corriendo sin que el tiempo pasase para ellos. Jorge pensó si sería ya el momento de iniciar un acercamiento o era mejor esperar a que ella fuera la que diese el primer paso. No quería que esa relación recién comenzada se rompiese por un paso en falso por su parte.

Cuando Miriam se dio cuenta de la hora que era, se levantó y le dijo:

– Lo siento Jorge, pero me tengo que levantar temprano.

– Te acompaño hasta tu habitación.

Pasaron por el vestíbulo, subieron en el ascensor en silencio. La tensión se palpaba pero ninguno de los dos dijo nada hasta llegar a la puerta de la habitación de Miriam.

–¿Volveremos a vernos? Inquirió Jorge que no sabía qué postura adoptar.

Por toda respuesta Miriam se le acercó y dándole un beso en la mejilla abrió la puerta y desapareció tras ella.

Jorge, perplejo, se pasó la palma de su mano por el lado de la mejilla que ella le había besado como queriendo guardárselo. Lo que había sentido al acercar Miriam sus labios no lo había sentido nunca con la otra del mismo nombre. Parecía como si le hubiesen clavado los pies a la moqueta del pasillo porque no conseguía moverse del impacto emocional sufrido. El corazón se le había acelerado como cuando dio él su primer beso a una muchachita del pueblo.

Tardó un par de minutos en reaccionar encaminándose después lentamente hacia su habitación que estaba en la misma planta. Con la sensación de que había fracasado. Ya en ella se dispuso a abrir su maleta y a colocar en los armarios lo que había considerado imprescindible para iniciar su periplo laboral los primeros días. Más tarde, París era una perfecta plaza para efectuar las compras de la vestimenta necesaria y adecuada al puesto que se le había encomendado. Todo lo que en muy poco tiempo había sucedido no le dejaba ya margen a la sorpresa. Creía haber vivido en un par de semanas lo que a muchos no les sucedería en toda una vida.

Sólo le quedaba el sabor agridulce de su leve encuentro con la nueva Miriam. ¿Qué había hecho mal? ¿Debería haber sido más decidido? ¿Le gustaba realmente esta mujer?¿En qué habían fallado sus dotes de seducción? Muchas otras preguntas se hacía mientras deshacía la maleta cuando su capacidad de sorpresa llegó al límite. Allí, entre sus camisas, apareció tan campante, “Patas”, su araña.

¿Cómo y cuándo se había colado en la maleta?, ¿cómo había pasado los controles aeroportuarios? ¿Cómo seguía viva después de un viaje a 12.000 ms de altura? Jorge no sabía las respuestas pero allí estaba y él se alegró de que así fuera. Al menos ya tenía una verdadera amiga en territorio galo.

Cuando se hubo tumbado en la cama, un cúmulo de sensaciones encontradas no le dejaba conciliar el sueño, un batiburrillo de preguntas se le agolpaban en su cerebro. El arte de la seducción no había sido nunca su fuerte pero estaba convencido de que con Miriam había desplegado todo su saber estar. Por un lado le agradaba que ella no hubiera caído en sus brazos a las primeras de cambio, pero por otro lado se sentía frustrado por no haberlo conseguido. Estaba claro que un próximo encuentro sólo dependía de ella. No sabía ni su verdadera dirección ni su teléfono ni cuándo volvería a París. Al cabo de un rato llegó a la conclusión de que se había comportado como un pardillo porque, definitivamente, consideraba muy interesante aquella mujer, le atraía mucho aquella mujer.

Menos mal que allí estaba, encima de la almohada, como siempre, “Patas” como un fiel vigilante y amigo esperando que le hagan una carantoña. Y así se durmió.

Al amanecer y después de darse una ducha reparadora, se acicaló de la mejor manera que sabía, se vistió con su mejor traje y con el mejor aspecto saludable se dispuso a iniciar una jornada que, para él, sería histórica y recordaría toda su vida. Cuando iba hacia la puerta, cogió su portafolios de ejecutivo y se dijo: -¡Ahí voy, París!-

Al llegar a la puerta se percató de que alguien había dejado una nota introduciéndola por el resquicio existente bajo ella. Era de Miriam. En ella le indicaba su número de teléfono y el momento en que haría una nueva escala en París. Su letra tenía caracteres pequeños, redondos, muy simétricos. Era una invitación en blanco para un nuevo encuentro.

Se guardó el papel en el bolsillo, bajó al vestíbulo, le pidió al conserje que le solicitase un taxi y pensó que, sin empezar, ya había triunfado en París.

 

 

 

 

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Javi

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«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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