Javi Campo

De turismo por la Asturias profunda.- Parte 2ª.-El país del abeyeiro (apicultor).-Un paseo a través de los sentidos

Mide casi 2 mts de altura, tiene unas espaldas que parecen un armario ropero y pesa alrededor de los 110 kl. Atiende al nombre de Alberto Uría (Linaje proveniente del valle de Orozko (Bizkaia). Una rama pasó a Asturias, fundando casa) pero sus amigos le llaman “Berto” y es un asturiano de pura cepa. Y si su humanidad física es tremenda, la humanidad que demuestra para con la naturaleza, es infinita. Simplificando, Berto es un amante de las abejas a las que admira por su dedicación, delicadeza, meticulosidad y su entrega en beneficio del bien común, un apicultor apasionado de su oficio, concienciado con el medio ambiente y con una firme convicción en lo que hace.

Le conozco desde niño. No solía participar de los juegos con los demás niños, tampoco se puede decir que fuera un niño solitario. Él prefería ir con su abuelo al campo amarillento del estío castellano, donde éste le enseñaba a conocer y distinguir las distintas clases de árboles, pájaros, plantas, insectos, la naturaleza en todo su apogeo. De esa manera, en vez de rechazar los conocimientos que la vida rural les habían aportado a sus abuelos, además del cariño y los valores que estos  le quisieron  transmitir, fue aficionándose cada vez más y empezó a amar todo lo que la naturaleza le podía proporcionar y cuando tuvo edad para elegir lo que quería hacer con su existencia, no lo dudó ni un instante. Decidió dedicarse de lleno a ella y a jornada completa, a mantener su entorno en las mismas condiciones o mejores de lo que sus ancestros le legaban.

Uno de ellos le enseñó la vida del campo burgalés, la evolución de los colores de las cosechas con las distintas estaciones del año, a distinguir las pequeñas avecillas que se dejaban caer junto al arroyo para tomar un sorbito de agua, a reconocer los olores del espliego, el tomillo o la lavanda y cómo iban creciendo y madurando las uvas que más tarde darían el vino que juntos beberían a la hora de la merienda a la caída del atardecer en la bodega familiar. Mientras, le contaba historias reales o inventadas. Daba igual. Todas le parecían fantásticas. Él dice que eran “ un torpe niño criado en una ciudad y un sonriente bonachón oculto bajo una boina”,  y el otro, en un paisaje totalmente distinto, de alta montaña y bosque, le instruyó en la lucha diaria por mantener los montes, los árboles centenarios y los animales que los habitan en la confluencia de tres comarcas que se dan la mano con un paisaje casi idéntico: el suroccidente de la Asturias profunda, los Ancares lucenses y el Bierzo leonés. Su abuelo paterno era un luchador y se le admiraba por ello y por hacer uno de los mejores vinos blancos de la comarca, motivo de orgullo para toda la familia de un simple labrador.

Pero él no era nacido en ese ambiente, era de ciudad. “nací al abrigo de una ciudad llena de gente, luces y comodidades”. Aunque  fue en ambos pueblos que le permitían volar tan libre como sus abejas,  donde se percató, bajo la atenta mirada de sus padres vigilantes de la evolución de su «niño», de que en ellos la vida es muy diferente. Y la abrazó sin ambages.

Se formó en ciencias forestales durante 10 años e hizo sus prácticas en el Fapas (FONDO ASTURIANO PARA LA PROTECCION DE LOS ANIMALES SALVAJES.- FAPAS) con un proyecto para instalar estaciones de insectos polinizadores en alta montaña. Así fue como Alberto Uría se enganchó a la apicultura, en la actualidad vive y convive ya con sus abejas, haciéndose con su primera colmena. Decidió liarse la manta a la cabeza y sin más bagaje que sus ganas y sus conocimientos, volvió al pueblo de su abuelo paterno, a la pequeña aldea de casas de pizarra semiderruidas, Pena da Nogueira, en la parroquia ibiense de Marentes, aunque ya en territorio de Negueira de Muñiz, provincia de Lugo, un pueblo más de la España despoblada con un único habitante además de él.

                                                                 Berto y su miel.

El camino no ha sido fácil. Ha tenido que restaurar la antigua vivienda familiar (el primero que se instaló allí fue Domingo de Uría en el año 1675 y desde entonces permanece), una casa construida en medio de la nada con los materiales que se encontraban en el propio terreno y que durante siglos han sido una cuestión de supervivencia. Y hacerse con colmenas, que eran su objetivo. Empezó con nueve y fue, poco a poco, ampliando hasta las casi 200 con las que cuenta actualmente repartidas entre Ibias y Degaña, varias de ellas, en un antiguo cortín (Cercado de piedra de forma circular donde se colocan las colmenas para que no entre el oso) que ha restaurado en el núcleo ibiense de Villarmeirín. No pretende convertirse en un industrial de la miel, su producción fue de unos 2.000 kilos el año pasado y no es su objetivo multiplicar esta cifra, porque lo que quiere es que sea un producto como el que hacían sus abuelos, una miel auténtica, sin aditivos.

La casa de sus abuelos paternos rehabilitada. Allí está el Ecomuseo y donde elabora la miel Outurelos

Pero su proyecto no se basa solo en la elaboración de miel. Quería ir un paso más allá y por eso ha puesto allí en marcha, donde termina la carretera y hay que acceder por caminos sin asfaltar, un centro de interpretación de la apicultura tradicional y educación ambiental, ‘El País del Abeyeiro’. Hay que ir hasta allí y verlo. Se ha impuesto como misión la conservación de los seres polinizadores que corren serio peligro de extinción y si lo consigue habrá mejorado la cultura, el paisaje, la vida animal y por ende la del ser humano. Su horizonte es predicar con el ejemplo, que es lo que le convierte en un ser singular. Por eso ha adoptado como casa propia este rincón apartado de un paraíso perdido. «Vivo en mitad de la montaña. Aquí los cielos son limpios y las noches calladas. El desgarrado roncar de un corzo rompe la inmensidad del silencio. Abajo, en el río, las ranas comienzan a bailar. Un canto, una disputa; en juego la perpetuidad de sus genes. Ambiente húmedo con un manto de miles de colores: verdes, dorados, ocres, grises, azules….Al paso del rocío mañanero se abren y beben. Todos por aquí arriba necesitamos el agua«.

Más sus otros quehaceres no le permiten permanecer mucho tiempo en el sitio. Organiza todo tipo de jornadas, el mes pasado reunió a más de 100 personas venidas de todo el estado, salidas a la naturaleza o actividades de recuperación del patrimonio y además del trabajo que desarrolla aquí y la labor con las colmenas, reparte su tiempo ofreciendo charlas y cursos por toda España en las que, aparte de sus conocimientos, pone su pasión por lo que le gusta. Tiene claro que el cambio climático viene dado por la pérdida continuada de biodiversidad, la merma de insectos polinizadores que provoca la destrucción de hábitats ricos en flores. Ya lo dijo alguien nada sospechoso como Albert Einstein: “Si la abeja despareciera de la superficie del planeta, al hombre solo le quedarían 4 años de vida. Sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres”.

Aparte de todo esta actividad que desarrolla con el entusiasmo que genera el amar lo que está haciendo porque considera que es imprescindible para mantener un paisaje, que no es eterno, como quedó demostrado en octubre de 2017, fecha en que una oleada de incendios asolaron la comarca, ha tenido tiempo de escribir un libro, junto al prestigioso pintor Fernando Fueyo, recientemente fallecido, que nos ha dejado un legado como artista de un lenguaje pictórico único, una persona capaz de dotar de vida a todo aquello en lo que posaba su mirada inquieta y luminosa, una mano que ha conseguido fundir de manera precisa Arte, Ciencia y Naturaleza.

                                     Fernando Fueyo en pleno proceso de creación.

‘El país del Abeyeiro’, además del nombre del centro de interpretación, es el título de este libro que utiliza a la abeja como vehículo para describir el ciclo de la naturaleza y poner en valor los usos tradicionales del suelo, así como una forma de concienciar contra los incendios forestales. Un libro escrito y dibujado en paisajes recónditos entre aldeas diminutas, con el que sueñan ambos  poner en valor el mundo rural y dar una visión global del paisaje para que el lector vuelva a pensar en él y a recordar todos los motivos que tiene para quererlo y defenderlo. En el libro se habla de una cultura que desaparece y que además, no interesa a nuestros jóvenes que sólo entienden de asfalto, ruido y grandes edificios. Berto, en sus páginas, practica la poesía sin necesidad de hacer versos, sus descripciones son precisas, de un lenguaje excelso, bonito. No conozco una mejor manera de recrear un terreno y una naturaleza de seres vivos, la que él recorre a diario con un conocimiento extenso e intenso de los mismos.

El Ecomuseo que endulza el paisaje de Negueira de Muñiz donde se dan las charlas

Dos miradas distintas, el escritor y el pintor, que recorren un mismo espacio: un acuarelista de la naturaleza, Fernando Fueyo, y un apicultor, Alberto Uría, que vive con sus abejas en un territorio agreste donde no se altera nunca el verde de sus montes y árboles de hoja perenne,  se unen para intentar acercar a esa gente que ha abandonado las aldeas para ir a vivir a la ciudad, a sus hijo/as que no las conocen siquiera, y darles a conocer la importancia de querer y cuidar nuestros ecosistemas, de dar valor a los paisajes que tenemos en derredor y de esta manera dignificar la poca vida rural que queda en el país, dar a conocer las diminutas cosas e insectos que pululan en la naturaleza, conviviendo con ellos porque le necesitan al estar más amenazados que nunca. Últimamente he leído varios libros recomendados que no me han aportado nada, ni siquiera estaban bien escritos, no tenían calado en su interior, no me enganchaban.

«El país del abeyeiro» ya lo he leído tres veces y no me canso de subrayar aquello que me gusta. Y cada vez que lo repaso, señalo más cosas. Releo una y otra vez las frases tratando de hallarles nuevos valores que son muchos, su música, su poesía. A quien le guste leer, observar la naturaleza todavía intacta y los paraísos perdidos a través de lo plasmado en un folio, le aconsejo su lectura, lenta, reposada, saboreando cada palabra. Borges, García Marquez, Neruda, Machado, juntos. ¡Exagero! ¡Qué atrevimiento! Quizá, pero les reto a leerlo y a afirmar conmigo que les compendia a todos.

 Portada del libro

«Una mano que no conocía dibujó hace años líneas y trazos que se instalaron en mi mirada. Crecí admirando viejos carteles y recortes de revistas arrugados por el paso del tiempo, iluminados por el resplandor de la calle, me quedaba dormido recorriendo los caminos intrincados pintados en la corteza de un roble. Entre ensoñaciones, y sin pretenderlo, todos esos pequeños detalles quedaron impregnados en mi retina. Ilustraciones capaces de contar bellos relatos, sin que nada en ellos estuviese escrito, me invitaban a imaginar quién se posaría entre las ramas de esos árboles. Alimentaban mi deseo por imaginar, como un juego; me hacían sentirme libre para pensar; no importaba quién los hubiese dibujado, sino todas las aventuras que mis infantiles ojos creaban entre sus líneas«.

«El territorio permanece en silencio; triste porque ya no está lleno de vida. En estos valles, el hombre se fue dejando tras de sí lo que antes fue una vida de sacrificios y trabajos manuales. El bosque se adapta, pero añora a las gentes que se disputaban sus frutos. Cada piedra ocupaba un lugar, ninguna estaba abandonada a su suerte. Fueron paredes de caminos, muros de casas, tabiques de molinos, hornos de pan, corripas (cercado) de castañas y cortinos de abejas. Labradas y esculpidas al antojo del que vio en ellas una parte de su obra. Artesanos de la montaña; escultores del paisaje. Ahora, muchas de ellas descansan en el suelo y en medio de senderos, fruto del paso del tiempo y del abandono«.

«Canta la lechuza desde el interior de una casa derruida. Su musical canto resuena lastimero y estridente. Busca la penumbra para ver, el silencio para oír y nuestros viejos desvanes, iglesias y cuadras abandonadas para vivir. Vigilante compañera; histórica aliada de los aldeanos. Mientras ellos duermen plácidamente, su blanca figura aterriza silenciosamente sobre topillos, ratones y musarañas, protegiendo sus indefensas cosechas de ellos. Como eslabones de la inmensa cadena imaginaria que forma el ecosistema del que son parte, todos los seres vivos se alimentan y sirven de alimento para otros«.

Y, por supuesto, si les gusta la miel, ésta es la suya. Auténtica, sin aditivos, excepcional. De las que cristaliza. En el concurso nacional ha quedado el 2º aunque eso para él no reviste la menor importancia. Grande Alberto, «Berto».

«Toda miel es un elixir con vida propia que evoluciona pasando del estado líquido al arenoso. La cristalización certifica su pureza. Todas, independientemente de su origen floral, se espesarán y endurecerán aclarando su coloración. La velocidad del proceso dependerá de la naturaleza de los néctares que contengan y de lo expuesta que esté a una temperatura variable. Materia viva en evolución. Agitados y mezclados cuando está recién extraída, sus matices se confunden. Ya en el tarro, reposan y se intensifican. Como un buen vino o un buen queso, su sabor madura«.

 

Uno de los «cortines» (Consiste en un cerramiento de mampostería rematado por un alero de losas) que se muestran en la visita del Centro de Interpretación.

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Sobre mí

«El que haya elegido Getxo para vivir, siempre tendrá la sensación de haber elegido bien».

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